.........Y LA VIDA CAMBIO.
Era una tierra prodigiosa, los campesinos le
llamaban el paraíso, parecía que la mano de Dios había sido altamente
benevolente con sus habitantes.
Al lado este, se dibujaban unas caprichosas montañas
que mostraban una graciosa geografía conformada por grandes riscos y lomas
cubiertas por frondosos bosques que daban origen a unos bellos manantiales,
que en su recorrido, formaban los caudalosos ríos que irrigaban el Valle.
Al oeste, se divisaba una geografía más
pasiva que incitaba a la calma, lomas moderadas que albergaban a una buena
variedad de fauna y flora que servía como escenario recreativo para los
habitantes de la aldea.
El día domingo, como era costumbre entre los aldeanos,
de manera rutinaria, casi sagrada se hacían paseos al bosque donde aprovechaban
para darse un baño en sus riachuelos. Durante la caminata que se realizaba se podían
observar una gran cantidad y variedad de especies animales.
En la tarde, los niños regresaban al pueblo con
grandes manojos de flores recogidas en el trayecto, con las que decoraban los
hogares.
Algunos de los infantes se dedicaban a
recolectar semillas que eran trasladadas a las huertas de sus casas donde
comenzaban sus propios sembrados de frutales o flores.
Era una aldea ubicada en la inmensidad de un
valle bendito, el agua abundante y la tierra muy fértil, en la que todas las
semillas se convirtieran en árboles frutales que además de producir comida,
decoraban el paisaje. Era como una tierra santa que permitía vivir como si
fuera en un paraíso.
La gente vivía sin problemas, todos los
aldeanos se conocían entre sí, cada quien era compadre hasta de cinco o más
vecinos.
Los adultos se dedicaban a las faenas del
campo, las mujeres a las tareas del hogar, mientras que los chicos asistían a
sus escuelas y después de hacer las tareas que los maestros les dejaban,
dedicaban buen tiempo a divertirse por los potreros sin correr peligro alguno.
En algunas ocasiones los niños ayudaban a los
mayores a realizar faenas del día a día, pero esto no era una obligación, se hacía
más por una costumbre o un deseo de sentirse útiles.
La vida pasaba sin ningún problema, fueron
días maravillosos que dieron origen a rituales folklóricos que centraban la
atención de todos los aldeanos después de cada cosecha, las que llegaban a ser
hasta tres en el año.
Existía abundancia de frutos de la tierra, de
agua y cosechas que nunca faltaban, y lo mejor, es que en este valle se
respiraba una inmensa paz.
Por más que algunos días de trabajo se tornaran
agotadores, estos eran mitigados al calor de unos sanos tragos en la cantina
del pueblo, el lugar preferido por los hombres, donde solamente entraban los
niños a buscar a sus respectivos padres.
El sur y el norte eran dos lejanos puntos del
horizonte, la agraciada geografía hacía de este Valle un corredor obligatorio
de toda persona que se trasladaba de ciudades lejanas, y quien pisaba sus
encantos se llevaba lindos recuerdos y la añoranza de regresar algún día.
Ningún otro sitio en la tierra cautivaba tanto como lograba hacerlo este valle
inolvidable.
Cuenta la historia que la abundancia reinó por
muchos años, la tierra era como decían prodigiosa, solamente había que arar un
poco y echar las semillas, pues el tiempo y la tierra se encargaban de todo,
hasta la cosecha, la que se convertía en todo un acontecimiento digno de festejo.
Era tanto el prodigio de la tierra, que la
noticia corrió a muchos hemisferios lejanos, por lo que empezaron a acudir
personas de otras aldeas ya que sus eventos y celebraciones se difundieron
agregándole un toque de fantasía como si se tratara de algo mágico.
Nunca le faltaba nada, las frutas eran tantas
que se cosechaban y se exhibían en la plaza para que aquel que quisiera llevar
pudiera cargar con las que pudiera, el maíz, el trigo, la cebada y otros
cereales se cosechaban en grandes cantidades sirviendo para abastecer a otros
pueblos, y anualmente celebraban una gran feria del ganado, quizás la más
importante de toda la comarca. También se comercializaba con cerdos y otras
especies de aves de corral.
La gente no tenía preocupaciones, vivía
complacida y en paz, su rutina diaria era sencilla y llevada con alegría,
cultivar la tierra, cosechar, atender otras actividades del campo y compartir
con amigos y la familia.
Cierto día, mientras José estaba arando su
parcela, usando dos bueyes para la tracción de su pesada herramienta, se le acercó
un extranjero, un hombre extraño que por su porte, acento y color de piel
mostraba que no era un aldeano, además, entre todos los de la aldea se conocían.
Este hombre vestía con unos atuendos que no
eran la costumbre de la región. Una camisa blanca y un traje de paño gris
acompañado por un chaleco, y a pesar de que aquel día el sol calentaba de
manera ardiente, el extraño personaje mantenía puesto el saco, y lo más
extraño, es que su cuello aún se mantenía blanco.
—Buenos días, buen hombre. —dijo el
extranjero a José, y continuó: —¿Esta tierra es suya? —preguntó con
cierta admiración.
Sin dudar un solo instante, José contestó de
inmediato: —Si señor, es la tierra que heredé de mi padre y que a su vez él
la heredó de mi abuelo. Es la tierra bendita que el Señor nos concedió. ¿En qué
puedo serle útil? Usted no es de estos lugares —afirmó José.
—Tiene razón. —dijo el extranjero. —Muchas
gracias. He venido desde muy lejos a conocer estas tierras, fueron muchos días
de camino para poder comprobar por cuenta propia, lo que tanto hablan las
personas que han pasado por el Valle. Y por todo lo que he visto tienen razón, estoy
maravillado por su encanto y su belleza.
José se sintió contento, pues lo que decía el
señor le lleno de halago, sintió lo mismo que percibe un niño cuando alguna
persona mayor le dice que su dibujo es muy lindo.
— ¡Muchas gracias! —dijo José, y
continuó. —Veo que está algo fatigado— y continuo: —lo que está
apreciando no es todo, el Valle es inmenso y por donde usted camine encontrará
mucha más belleza. Aquí en el pueblo le llamamos la Aldea “Privilegio”, pues es la única que existe para toda esta extensión
bendita por el Señor.
— ¡Me encantaría conocerla por todas
partes! —Exclamó el extranjero.
—Se ve algo fatigado, si desea pase a mi
humilde casa para que descanse un poco y yo le podré hablar más del Valle, para
que así usted pueda hacer un mejor plan para conocerlo. —Le dijo José.
—Muchas gracias, aceptaré su invitación,
—contestó el extranjero, y sin mediar más palabras se dirigieron a la casa de
José.
Era una modesta casa rodeada de árboles y
flores, se respiraba el dulce aroma que originaba el rosal. Aunque parecía
pequeña el ambiente se tornaba muy acogedor, y en el centro de la casa estaba
una gran mesa que servía de comedor, pero en la que acostumbraba atender a los
visitantes.
—Pase usted, —dijo José al extranjero.
—Perdón, —dijo este a José, —no me
he presentado: Mi nombre es Jhonatan Macormic.
—Yo soy José, simplemente.......José.
José atendió con mucho esmero a su invitado,
y pasaron varias horas intercambiando palabras en las que le comentó la
historia del pueblo mientras el extranjero solamente escuchaba.
El señor Macormic pudo darse cuenta
fácilmente que José era un típico hombre de pueblo, el encarnaba la cultura de
la región, así como el pensamiento de todos sus habitantes.
José había nacido en esta aldea y aquí había
perpetuado, nunca salió a otros sitios, lo más lejos que había llegado era a
los bosques del oeste, y cuando era niño y algo aventurero se atrevió a subir a
los riscos del este, cosa que nunca volvió a repetir.
Al acercarse la noche, el señor Macormic le
preguntó a José en donde quedaba el hospedaje de la aldea, pues estaba
interesado en pasar aquí varias noches, lo que indujo a que José no solamente
se lo indicara, sino que le acompañó hasta que el extranjero se hubiera
registrado.
Quedaron que José pasaría al siguiente día a
primeras horas de la mañana a recogerlo, para poder acompañarlo y así mostrarle
las grandes bendiciones que ofrecía el Valle.
Al siguiente día, después de que José había
cumplido con las faenas de su pequeña finca, las que iniciaba antes de salir el
alba, fue en busca del extranjero, eran aproximadamente las ocho de la mañana,
y al llegar al hospedaje, vio que el Señor Macormic estaba listo, se encontraba
haciendo algunas anotaciones en una fina libreta, y a su lado tenía una pequeña
calculadora.
—Buenos días señor Macormic, ¿Cómo pasó la
noche? —Le preguntó José.
—Muy bien, estaba demasiado agotado por el
viaje y en verdad que pude descansar plácidamente. Gracias por haberme
conseguido este hospedaje, es muy cómodo y acogedor, —terminó el Señor Macormic,
quien a su vez bajó una pequeña grada que separaba la casa de huéspedes de la
calle empedrada.
José había ido a buscar al señor Macormic en
su vieja camioneta Pick up (de volco), la que tenía desde hacía más de 10 años.
Fue un día muy agotador, más para el Señor
Macormic que no estaba acostumbrado a estos viajes, era evidente que él era una
persona que vivía en las grandes ciudades.
El día transcurrió en un constante
trasladarse de un lugar a otro y hablar con la gente, y siempre el señor Macormic
sacaba sus libretas de apuntes y anotaba, lo más curioso es que siempre preguntaba
acerca de la extensión de las tierras, el rendimiento de las cosechas, los
tiempos de germinación y demás detalles de carácter técnico que para José no
significaban mayor cosa.
Una vez en la tarde cuando ya retornaron a la
aldea, se entrevistaron con el alcalde, así como con algunas personalidades destacadas
de la aldea y con el grupo de los principales comerciantes quienes llegaron en
compañía del párroco. Esta charla duro algo más de dos horas, y fue aquí donde
el Señor Macormic manifestó la razón por la cual estaba de visita en el pueblo.
—Soy ingeniero agrónomo presidente de la
principal compañía de comercialización de productos agrarios, y desde hace
algún tiempo que escuché de estas tierras estaba interesado en conocerlas, pues
veo que tanto ustedes como la compañía que yo represento tenemos algo en común:
¡el fruto de la tierra!
—En este valle se producen una
gran variedad de frutos y granos, los que son vendidos solamente cuando vienen
a comprarles. Yo les traigo interesantes proposiciones, y estas son de mutuo
beneficio para ustedes señores comerciantes. —Hablaba con mucha
propiedad el extranjero, y continúo.
—Ustedes están en una tierra que sin mayor
esfuerzo es benevolente con sus cosechas, pero si a ella le agregamos algunos
productos desarrollados en mi compañía, podemos triplicar la producción, algo
que representará más cosecha y que mi firma comercial garantizaría vender en
nuevos mercados. Con esto les estoy proponiendo lo que aún le falta a la
región, mayores riquezas y progreso. Si la región triplica su producción, habrá
más plata para hacer obras de infraestructura y a su vez para que la gente
pueda darse el gusto de gastar en viajes y mejorar su nivel de vida.
—Muchos de ustedes han soñado con cambiar
de carros, con tener una casa más cómoda y bonita, además desearían tener todos
los electrodomésticos: televisores, equipos de sonido y otros más.
—Tendrán posibilidad en
corto tiempo de mejorar su nivel de vida, montar otros negocios si eso quieren,
hacer viajes y cumplir muchos de sus sueños. Esta es una oportunidad que muchos
desean que se les presente y solo es para ustedes, así que deben aprovecharla.
Terminó el Extranjero, quien dejó atónitos a
las personas que le escuchaban.
—Suena interesante, —dijo el alcalde, —pero
las personas de nuestra aldea son muy diferentes a las de la gran ciudad por lo
que estas cosas que usted propone creo que no son de su interés; ¿a no ser qué
me esté equivocando? —preguntó a los comerciantes.
Lógicamente los comerciantes olfatearon los beneficios
que el extranjero traía para ellos como intermediarios que eran.
Poco les importaba las ventajas o desventajas
que pudiera tener el proyecto para los aldeanos productores, pues finalmente su
único propósito era vender sus mercancías, y efectuaron mentalmente la
siguiente reflexión: Si los aldeanos ganan más dinero con las ventas de sus
cosechas, estarán dispuestos a gastarlo en la misma proporción, y esta es
nuestra oportunidad. Los comerciantes saldremos ganando.
La reunión se vio afectada por un murmullo
creciente, hasta que el alcalde con voz algo fuerte pidió silencio y expresó:
—El progreso es algo contra lo que no
debemos oponernos, pero esto no depende solamente de nosotros, aquí juega un
papel vital la decisión que tomen los campesinos, ellos son los dueños de sus
tierras y de su tiempo, así como también de sus ideales. Habrá que
preguntarles, sí aceptan o no esta proposición, de ellos depende todo. Creo que
lo más conveniente es que nos reunamos mañana en consejo abierto. Tú José, encárgate
de difundir la noticia a todos los campesinos para que asistan mañana a las
tres de la tarde, —terminó el alcalde, quien cortésmente se despidió de
mano del extranjero.
José acompañó al Señor Macormic al hospedaje,
y durante el trayecto hablaron más detalladamente del proyecto, explicando el
Señor Macormic que inclusive ellos estaban dispuestos a prestar la asistencia
técnica. Se trataba entonces de estimular la producción agraria con una serie
de productos de la agroquímica, ya estudiados y con un excelente resultado,
nada de esto implicaba riesgo o problema alguno.
Al siguiente día muy a las tres de la tarde,
ya estaba el alcalde, los comerciantes, el párroco, José y el extranjero en la
sala del consejo, y poco a poco fueron llegando los campesinos, los que se mostraban
un poco recelosos y quizás hasta atemorizados.
Una vez se encontraba la gran mayoría de las
personas que podían esperarse, el alcalde les comentó la propuesta del
extranjero, a quién le concedió la palabra para que el mismo explicara el
proyecto.
Durante la noche anterior y toda la mañana
del presente día, el Señor Macormic, como gran ejecutivo que era, se había
dedicado a estudiar detalladamente los incrementos en producción por cada una
de las parcelas que él había visitado, así mismo las convirtió en precios, para
poder presentar las diferencias que representaría en ingresos.
Y en el transcurso de su charla, después de
haber presentado los propósitos del plan, la mecánica y detallar los aspectos
referentes al soporte técnico y a la garantía que ofrecía en la
comercialización y venta de los productos, dijo a los asistentes:
—Por ejemplo, en el caso de José, a
quienes todos ustedes conocen. Él tiene 30 hectáreas propias de las que cosecha
una tonelada y media por cada una, representándole actualmente un ingreso de $
500.000.00 por tonelada después de gastos, para una utilidad total de
$9`000.000.00 aproximadamente por cosecha, pero con los cálculos que he podido
hacer, la utilidad por cosecha sería de $ 21´000.000.00, para un total mínimo
de $42´000.000.00 anual, solo teniendo dos cosechas, y ustedes saben que las
condiciones de la tierra nos permiten inclusive tener hasta tres cosechas.
Durante esta exposición no se escuchaban más
que sus palabras, pero al terminar con el comparativo de los ingresos actuales
y con los potenciales en el caso de José, se inició un murmullo que poco a poco
se iba incrementando.
De repente uno de los campesinos de mayor
edad, dijo en voz alta: — ¿Pero para qué abusar de la tierra?, ¡si esto es
lo que ella sabiamente nos concede, sería un pecado exigirle más!
Esto generó nuevamente otra murmuración, la
que se fue convirtiendo en gritos y algunos ademanes hostiles; ya el grupo se estaba
dividiendo, algunos de los campesinos se estaban dejando seducir por los
números y empezaron a hacer castillos en el aire, otros se portaron más escépticos,
mientras que algunos sentían que en esta propuesta había un gran veneno.
Uno de los comerciantes solicitó a gritos la
palabra ante el alcalde, quién silenció a los asistentes para que este
finalmente hablara.
—Esta decisión es muy personal, pues el
señor Macormic finalmente no nos está obligando, vino a hacer una propuesta, y
como tal la acogen los que quieran, y los que no, son libres de hacer lo que
les parezca. Yo personalmente veo grandes beneficios en ella, pues a diario
escucho en mi tienda a la gente que desea comprar algunos de los artículos que
yo vendo, pero se van tristes porque no tienen la plata para pagarlo, esta es
la oportunidad para que ustedes puedan adquirir todas aquellas cosas con las
que han soñado, pero al fin y al cabo eso es la decisión de cada uno.
—Yo me ofrezco ante el señor Macormic para
que instale su oficina en mi tienda, y así los que estén de acuerdo vayan a
ella y hagan el trato respectivo, —terminó el comerciante, quien sin decir
más, se silenció durante el resto de la reunión.
La reunión se prolongó algo menos de media
hora más, hasta que el alcalde la dio por terminada y poco a poco, los
campesinos y demás asistentes se apartaban del recinto; algunos haciendo
corrillos en la puerta de entrada.
En el transcurso de los cinco días
siguientes, se instaló el extranjero en la tienda del comerciante, donde
acudían cada día más y más campesinos, incluso los de los lugares más distantes
del mismo Valle.
El plan había sido aceptado. La mayor
cantidad de los campesinos fijaron su esperanza de mayores ingresos en esta
nueva etapa de su vida, además, no implicaba un mayor esfuerzo, tan solo se
necesitaba de empeñar su palabra y alquilar la tierra ante un contrato de mutuo
acuerdo.
El campesino presta la tierra y su fuerza de
trabajo, y el extranjero a través de su compañía da toda la asistencia
necesaria para que sus cosechas puedan darse en la mejor condición, inclusive,
quedaron en mutuo acuerdo de que sí el campesino necesitara algo de dinero por
adelantado, se le prestaría, además, se les garantizaría una especie de
mensualidad anticipada para sus gastos.
Con el correr del tiempo el nuevo sistema de
producción y explotación de la tierra se empezó a llevar a cabo, y sin mayores
problemas cualquier inconveniente o inconformidad entre las partes, era
conciliado mediante acuerdos.
Alguna vez los campesinos argumentaron que
tenían problemas de transporte para poder atender eficientemente los cultivos,
por lo que la comercializadora les apoyó disponiendo de un sistema de
transporte masivo con una ruta regular.
En otra ocasión, los campesinos argumentaron
que el manejo de los químicos les estaba produciendo unas alergias leves, que
generaban un poco de incomodidad para hacer el trabajo, por lo que la comercializadora
dispuso de un sistema de salud gratuito para los campesinos inscritos en el
programa, y a su vez dotó con algunos elementos de protección para la
manipulación de los químicos.
Fue una relación amable entre las partes, el
programa dio resultado, se incrementaron los niveles de productividad y los
aldeanos empezaron a recibir los beneficios financieros que se habían
proyectado, incluso algunos de los campesinos que no sabían ni leer ni
escribir, quedaron aterrados por todo lo que recibieron.
Se comentaba en la plaza del pueblo que esta
había sido otra bendición del Señor. La gente comenzó a disfrutar de las ganancias
extras hasta ahora nunca vistas. El progreso empezó a llegar a la aldea, se
inauguraron nuevas tiendas donde se ofrecían lindos vestidos, abrió sus puertas
una marca de joyerías extranjera, las viejas cantinas mantenían una gran
cantidad de clientes, mientras que a su vez se inició la cultura de los bares,
las tabernas y los griles para los hijos de los aldeanos.
Ya las tardes en la aldea no eran tan
apacibles como antes, se volvió frecuente que la tranquilidad fuera amenazada
por lindos autos que viajaban velozmente conducidos por jóvenes al volante.
Se hicieron frecuentes las riñas callejeras,
los problemas entre parejas y la discordia entre hermanos, pero todo era
solucionable, pues había dinero suficiente para pagar los daños ocasionados por
un altercado, para pagar un cuarto fuera de casa cuando la señora estuviera muy
enfadada, o para mandar al hijo que no se entendía con su hermano a estudiar
fuera del pueblo.
Los hombres del pueblo formaron corrillos y
se dedicaron a vivir sin considerar su futuro, parecía que esta buena relación
nunca terminaría, bebían a su antojo, gastaban más de lo que ganaban, pues
tenían la seguridad de que la comercializadora les podría efectuar avances
sobre la cosecha que esperaban tener mañana.
La aldea empezó a vivir otra rutina que se
hizo norma y que poco a poco paso a ser aceptada, la tranquilidad y paz de otros
días no merecía ni siquiera ser añorada, total, se vivía en la opulencia y en
la abundancia, se vivía como realmente nos lo merecemos después de haber trabajado
tanto, decían muchos de los campesinos.
Esta relación perduró así durante mucho
tiempo, pasaron varios años y la gente terminó por acostumbrarse, ya los
cambios del modernismo ni siquiera los aterraba, la aldea se convertía
ligeramente en una ciudad de todos y de nadie, cogió características
cosmopolitas.
La aldea terminó por transformarse en un gran
centro de negocios, los bancos proliferaron y con ellos los ofrecimientos a los
antiguos aldeanos.
Dice la historia que en cierta ocasión las
cosechas empezaron a bajar su productividad, las cantidades esperadas ya no se
cumplían.
Vinieron expertos de muchas partes para
efectuar un estudio de la situación, encontrando que la tierra los castigaba
por el abuso, la química le había vuelto adicta, ya no tenía nutrientes
naturales, era una tierra dependiente de nuevos productos químicos de mayor costo,
pero terminaría por quemarse y convertirse en tierra estéril, además las aguas
puras de los manantiales las habían transformado en caños de desperdicio, por
ellas ya bajaba poca agua y muy contaminada.
Cuando esto fue notado por la
comercializadora, cambió de forma inmediata las reglas del juego, ya no habrá
anticipos por la cosecha, además no aceptaremos más agricultores en el
programa.
La situación se hacía cada vez más y más crítica,
los niveles de producción habían bajado substancialmente, y por ende los
niveles de venta y rentabilidad de la comercializadora, por lo que se vio en la
necesidad de clasificar quienes podrían seguir en el programa, quedando así,
solo aquellas personas que poseían tierra en zonas con alguna productividad aún
posible. Se hicieron estudios, y encontraron que solo eran pocos los que tenían
tierras con estas condiciones.
La comercializadora se vio obligada a
replantear su papel en este Valle, ya no tenía objeto insistir con este esquema
que fue de gran utilidad y beneficio para ellos y para los aldeanos, pero de
acuerdo a lo sucedido ya no tenía futuro, desde ahora la empresa se dedicaría a
prestar servicio de re-empaque, empesaría a importar productos desde otras
tierras más lejanas y aprovecharía a esta población afligida en el fracaso,
para que ellos prestaran su servicio como los empacadores, pues sus tierras ya
no servían para nada.
De forma muy ligera la gente se vio altamente
afectada, ya no tenían los mismos niveles de ingresos que ayer percibían, además,
como nunca previeron el futuro, tampoco vieron la necesidad de hacer un ahorro
para los tiempos malos.
Hoy la gente tenía mayores necesidades que
antes porque habían subido su nivel de vida, pero ya no tenían como sostenerlo.
Esto preocupó grandemente a todos los
pobladores.
Se escuchaban quejas y reclamos, no faltaba
quien le echara la culpa de todo esto a ese extranjero que un día arrimó a su
pueblo para hacerles grandes ofrecimientos. El Señor Macormic es el culpable,
pero otros culparon a José, él fue quien se los presentó.
Era más fácil buscar un culpable que aceptar
que la decisión fue tomada libremente por cada uno, que el deseo de tener más
de lo que tenían les cegó la capacidad de mirar las consecuencias del futuro.
El señor Macormic ofreció algo que para su
comercializadora era bueno, sin ser directamente el responsable de las
consecuencias, el trajo una propuesta, buena o mala, y los aldeanos fueron
quienes la aceptaron.
Quizás no existió nunca ese amor por esa
tierra que los campesinos habían heredado de sus padres y de sus abuelos, las
cosas se hacían entonces por fuerza de costumbre y contra la costumbre y la
tradición no se lucha.
El Señor Macormic pagó lo que prometió a los
aldeanos, pero ellos estaban pagando el precio de abusar de su suerte, nunca
midieron las consecuencias de lo que podría pasar con el tiempo.
José actuó de forma diferente, él también
estuvo incluido en el plan, pero durante la época de abundancia se preocupó por
mejorar su nivel de escolaridad, terminó la primaria y el bachillerato, no
continuó más estudios, pero siguió aprendiendo a través de sus libros, además
nunca malgastó los ingresos, gastó lo justamente necesario, y, en consecuencia,
ya tenía un gran capital ahorrado que le permitiría iniciar una nueva
actividad.
En las treinta hectáreas de José se inició un
proyecto industrial, parceló la finca y la vendió para construir bodegas que
necesitaría la empacadora, mientras que muchos de los aldeanos que durante un
tiempo saborearon los beneficios de la comodidad, ahora trabajaban en estas
bodegas prestando sus servicios en oficios varios.
Muchos no quisieron aceptar su fracaso, y se
dedicaron el resto de su vida a maldecir el día en que apareció José con el
Señor Macormic, otros se sentaron en sus tierras fijando la mirada al
horizonte, esperando que el Señor: nuestro Dios, les hiciera un milagro, Él nos
dio la tierra fértil, Él nos la quito, Él volverá a hacer de ella una tierra
productiva.
Cuentan que muchos de estos que se
mantuvieron esperando nuevamente la mano de Dios, fallecieron sin saborear los
gozos del perdón a sí mismos, pues nunca se dieron cuenta que el señor nuestro
Dios, ya les había dado mucho, y lo más importante, la capacidad de decidir, la
capacidad de reflexionar sobre sus actos; y que de cada uno depende el éxito o
el fracaso de la vida, no de eventos ajenos.
La aldea pasó a ser llamada “El purgatorio de los Aldeanos”, pues
allí solo se escuchan hombres lamentándose y hombres trabajando por reconstruir
sus vidas en un espacio que les fue prestado, bueno o malo, pero que ellos
aceptaron y de ello se valieron.
Autor Tito González S
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