.........Y LA VIDA CAMBIO.


Era una tierra prodigiosa, los campesinos le llamaban el paraíso, parecía que la mano de Dios había sido altamente benevolente con sus habitantes.

Al lado este, se dibujaban unas caprichosas montañas que mostraban una graciosa geografía conformada por grandes riscos y lomas cubiertas por frondosos bosques que daban origen a unos bellos manantiales, que en su recorrido, formaban los caudalosos ríos que irrigaban el Valle.


Al oeste, se divisaba una geografía más pasiva que incitaba a la calma, lomas moderadas que albergaban a una buena variedad de fauna y flora que servía como escenario recreativo para los habitantes de la aldea.

El día domingo, como era costumbre entre los aldeanos, de manera rutinaria, casi sagrada se hacían paseos al bosque donde aprovechaban para darse un baño en sus riachuelos. Durante la caminata que se realizaba se podían observar una gran cantidad y variedad de especies animales.

En la tarde, los niños regresaban al pueblo con grandes manojos de flores recogidas en el trayecto, con las que decoraban los hogares.

Algunos de los infantes se dedicaban a recolectar semillas que eran trasladadas a las huertas de sus casas donde comenzaban sus propios sembrados de frutales o flores.

Era una aldea ubicada en la inmensidad de un valle bendito, el agua abundante y la tierra muy fértil, en la que todas las semillas se convirtieran en árboles frutales que además de producir comida, decoraban el paisaje. Era como una tierra santa que permitía vivir como si fuera en un paraíso.

La gente vivía sin problemas, todos los aldeanos se conocían entre sí, cada quien era compadre hasta de cinco o más vecinos.

Los adultos se dedicaban a las faenas del campo, las mujeres a las tareas del hogar, mientras que los chicos asistían a sus escuelas y después de hacer las tareas que los maestros les dejaban, dedicaban buen tiempo a divertirse por los potreros sin correr peligro alguno.

En algunas ocasiones los niños ayudaban a los mayores a realizar faenas del día a día, pero esto no era una obligación, se hacía más por una costumbre o un deseo de sentirse útiles.

La vida pasaba sin ningún problema, fueron días maravillosos que dieron origen a rituales folklóricos que centraban la atención de todos los aldeanos después de cada cosecha, las que llegaban a ser hasta tres en el año.

Existía abundancia de frutos de la tierra, de agua y cosechas que nunca faltaban, y lo mejor, es que en este valle se respiraba una inmensa paz.

Por más que algunos días de trabajo se tornaran agotadores, estos eran mitigados al calor de unos sanos tragos en la cantina del pueblo, el lugar preferido por los hombres, donde solamente entraban los niños a buscar a sus respectivos padres.

El sur y el norte eran dos lejanos puntos del horizonte, la agraciada geografía hacía de este Valle un corredor obligatorio de toda persona que se trasladaba de ciudades lejanas, y quien pisaba sus encantos se llevaba lindos recuerdos y la añoranza de regresar algún día. Ningún otro sitio en la tierra cautivaba tanto como lograba hacerlo este valle inolvidable.

Cuenta la historia que la abundancia reinó por muchos años, la tierra era como decían prodigiosa, solamente había que arar un poco y echar las semillas, pues el tiempo y la tierra se encargaban de todo, hasta la cosecha, la que se convertía en todo un acontecimiento digno de festejo.

Era tanto el prodigio de la tierra, que la noticia corrió a muchos hemisferios lejanos, por lo que empezaron a acudir personas de otras aldeas ya que sus eventos y celebraciones se difundieron agregándole un toque de fantasía como si se tratara de algo mágico.

Nunca le faltaba nada, las frutas eran tantas que se cosechaban y se exhibían en la plaza para que aquel que quisiera llevar pudiera cargar con las que pudiera, el maíz, el trigo, la cebada y otros cereales se cosechaban en grandes cantidades sirviendo para abastecer a otros pueblos, y anualmente celebraban una gran feria del ganado, quizás la más importante de toda la comarca. También se comercializaba con cerdos y otras especies de aves de corral.

La gente no tenía preocupaciones, vivía complacida y en paz, su rutina diaria era sencilla y llevada con alegría, cultivar la tierra, cosechar, atender otras actividades del campo y compartir con amigos y la familia.

Cierto día, mientras José estaba arando su parcela, usando dos bueyes para la tracción de su pesada herramienta, se le acercó un extranjero, un hombre extraño que por su porte, acento y color de piel mostraba que no era un aldeano, además, entre todos los de la aldea se conocían.

Este hombre vestía con unos atuendos que no eran la costumbre de la región. Una camisa blanca y un traje de paño gris acompañado por un chaleco, y a pesar de que aquel día el sol calentaba de manera ardiente, el extraño personaje mantenía puesto el saco, y lo más extraño, es que su cuello aún se mantenía blanco.

Buenos días, buen hombre. —dijo el extranjero a José, y continuó: —¿Esta tierra es suya? —preguntó con cierta admiración.

Sin dudar un solo instante, José contestó de inmediato: —Si señor, es la tierra que heredé de mi padre y que a su vez él la heredó de mi abuelo. Es la tierra bendita que el Señor nos concedió. ¿En qué puedo serle útil? Usted no es de estos lugares —afirmó José.

Tiene razón. —dijo el extranjero. —Muchas gracias. He venido desde muy lejos a conocer estas tierras, fueron muchos días de camino para poder comprobar por cuenta propia, lo que tanto hablan las personas que han pasado por el Valle. Y por todo lo que he visto tienen razón, estoy maravillado por su encanto y su belleza.

José se sintió contento, pues lo que decía el señor le lleno de halago, sintió lo mismo que percibe un niño cuando alguna persona mayor le dice que su dibujo es muy lindo.

¡Muchas gracias! —dijo José, y continuó. —Veo que está algo fatigado— y continuo: —lo que está apreciando no es todo, el Valle es inmenso y por donde usted camine encontrará mucha más belleza. Aquí en el pueblo le llamamos la Aldea “Privilegio”, pues es la única que existe para toda esta extensión bendita por el Señor.

¡Me encantaría conocerla por todas partes! —Exclamó el extranjero.

Se ve algo fatigado, si desea pase a mi humilde casa para que descanse un poco y yo le podré hablar más del Valle, para que así usted pueda hacer un mejor plan para conocerlo. —Le dijo José.

Muchas gracias, aceptaré su invitación, —contestó el extranjero, y sin mediar más palabras se dirigieron a la casa de José.

Era una modesta casa rodeada de árboles y flores, se respiraba el dulce aroma que originaba el rosal. Aunque parecía pequeña el ambiente se tornaba muy acogedor, y en el centro de la casa estaba una gran mesa que servía de comedor, pero en la que acostumbraba atender a los visitantes.

Pase usted, —dijo José al extranjero.

Perdón, —dijo este a José, —no me he presentado: Mi nombre es Jhonatan Macormic.

Yo soy José, simplemente.......José.

José atendió con mucho esmero a su invitado, y pasaron varias horas intercambiando palabras en las que le comentó la historia del pueblo mientras el extranjero solamente escuchaba.

El señor Macormic pudo darse cuenta fácilmente que José era un típico hombre de pueblo, el encarnaba la cultura de la región, así como el pensamiento de todos sus habitantes.

José había nacido en esta aldea y aquí había perpetuado, nunca salió a otros sitios, lo más lejos que había llegado era a los bosques del oeste, y cuando era niño y algo aventurero se atrevió a subir a los riscos del este, cosa que nunca volvió a repetir.

Al acercarse la noche, el señor Macormic le preguntó a José en donde quedaba el hospedaje de la aldea, pues estaba interesado en pasar aquí varias noches, lo que indujo a que José no solamente se lo indicara, sino que le acompañó hasta que el extranjero se hubiera registrado.

Quedaron que José pasaría al siguiente día a primeras horas de la mañana a recogerlo, para poder acompañarlo y así mostrarle las grandes bendiciones que ofrecía el Valle.

Al siguiente día, después de que José había cumplido con las faenas de su pequeña finca, las que iniciaba antes de salir el alba, fue en busca del extranjero, eran aproximadamente las ocho de la mañana, y al llegar al hospedaje, vio que el Señor Macormic estaba listo, se encontraba haciendo algunas anotaciones en una fina libreta, y a su lado tenía una pequeña calculadora.

Buenos días señor Macormic, ¿Cómo pasó la noche? —Le preguntó José.

Muy bien, estaba demasiado agotado por el viaje y en verdad que pude descansar plácidamente. Gracias por haberme conseguido este hospedaje, es muy cómodo y acogedor, —terminó el Señor Macormic, quien a su vez bajó una pequeña grada que separaba la casa de huéspedes de la calle empedrada.

José había ido a buscar al señor Macormic en su vieja camioneta Pick up (de volco), la que tenía desde hacía más de 10 años.

Fue un día muy agotador, más para el Señor Macormic que no estaba acostumbrado a estos viajes, era evidente que él era una persona que vivía en las grandes ciudades.

El día transcurrió en un constante trasladarse de un lugar a otro y hablar con la gente, y siempre el señor Macormic sacaba sus libretas de apuntes y anotaba, lo más curioso es que siempre preguntaba acerca de la extensión de las tierras, el rendimiento de las cosechas, los tiempos de germinación y demás detalles de carácter técnico que para José no significaban mayor cosa.

Una vez en la tarde cuando ya retornaron a la aldea, se entrevistaron con el alcalde, así como con algunas personalidades destacadas de la aldea y con el grupo de los principales comerciantes quienes llegaron en compañía del párroco. Esta charla duro algo más de dos horas, y fue aquí donde el Señor Macormic manifestó la razón por la cual estaba de visita en el pueblo.

Soy ingeniero agrónomo presidente de la principal compañía de comercialización de productos agrarios, y desde hace algún tiempo que escuché de estas tierras estaba interesado en conocerlas, pues veo que tanto ustedes como la compañía que yo represento tenemos algo en común: ¡el fruto de la tierra!

—En este valle se producen una gran variedad de frutos y granos, los que son vendidos solamente cuando vienen a comprarles. Yo les traigo interesantes proposiciones, y estas son de mutuo beneficio para ustedes señores comerciantes. —Hablaba con mucha propiedad el extranjero, y continúo.

Ustedes están en una tierra que sin mayor esfuerzo es benevolente con sus cosechas, pero si a ella le agregamos algunos productos desarrollados en mi compañía, podemos triplicar la producción, algo que representará más cosecha y que mi firma comercial garantizaría vender en nuevos mercados. Con esto les estoy proponiendo lo que aún le falta a la región, mayores riquezas y progreso. Si la región triplica su producción, habrá más plata para hacer obras de infraestructura y a su vez para que la gente pueda darse el gusto de gastar en viajes y mejorar su nivel de vida.

Muchos de ustedes han soñado con cambiar de carros, con tener una casa más cómoda y bonita, además desearían tener todos los electrodomésticos: televisores, equipos de sonido y otros más.

—Tendrán posibilidad en corto tiempo de mejorar su nivel de vida, montar otros negocios si eso quieren, hacer viajes y cumplir muchos de sus sueños. Esta es una oportunidad que muchos desean que se les presente y solo es para ustedes, así que deben aprovecharla.

Terminó el Extranjero, quien dejó atónitos a las personas que le escuchaban.

Suena interesante, —dijo el alcalde, —pero las personas de nuestra aldea son muy diferentes a las de la gran ciudad por lo que estas cosas que usted propone creo que no son de su interés; ¿a no ser qué me esté equivocando? —preguntó a los comerciantes.

Lógicamente los comerciantes olfatearon los beneficios que el extranjero traía para ellos como intermediarios que eran.

Poco les importaba las ventajas o desventajas que pudiera tener el proyecto para los aldeanos productores, pues finalmente su único propósito era vender sus mercancías, y efectuaron mentalmente la siguiente reflexión: Si los aldeanos ganan más dinero con las ventas de sus cosechas, estarán dispuestos a gastarlo en la misma proporción, y esta es nuestra oportunidad. Los comerciantes saldremos ganando.

La reunión se vio afectada por un murmullo creciente, hasta que el alcalde con voz algo fuerte pidió silencio y expresó:

El progreso es algo contra lo que no debemos oponernos, pero esto no depende solamente de nosotros, aquí juega un papel vital la decisión que tomen los campesinos, ellos son los dueños de sus tierras y de su tiempo, así como también de sus ideales. Habrá que preguntarles, sí aceptan o no esta proposición, de ellos depende todo. Creo que lo más conveniente es que nos reunamos mañana en consejo abierto. Tú José, encárgate de difundir la noticia a todos los campesinos para que asistan mañana a las tres de la tarde, —terminó el alcalde, quien cortésmente se despidió de mano del extranjero.

José acompañó al Señor Macormic al hospedaje, y durante el trayecto hablaron más detalladamente del proyecto, explicando el Señor Macormic que inclusive ellos estaban dispuestos a prestar la asistencia técnica. Se trataba entonces de estimular la producción agraria con una serie de productos de la agroquímica, ya estudiados y con un excelente resultado, nada de esto implicaba riesgo o problema alguno.

Al siguiente día muy a las tres de la tarde, ya estaba el alcalde, los comerciantes, el párroco, José y el extranjero en la sala del consejo, y poco a poco fueron llegando los campesinos, los que se mostraban un poco recelosos y quizás hasta atemorizados.

Una vez se encontraba la gran mayoría de las personas que podían esperarse, el alcalde les comentó la propuesta del extranjero, a quién le concedió la palabra para que el mismo explicara el proyecto.

Durante la noche anterior y toda la mañana del presente día, el Señor Macormic, como gran ejecutivo que era, se había dedicado a estudiar detalladamente los incrementos en producción por cada una de las parcelas que él había visitado, así mismo las convirtió en precios, para poder presentar las diferencias que representaría en ingresos.

Y en el transcurso de su charla, después de haber presentado los propósitos del plan, la mecánica y detallar los aspectos referentes al soporte técnico y a la garantía que ofrecía en la comercialización y venta de los productos, dijo a los asistentes:

Por ejemplo, en el caso de José, a quienes todos ustedes conocen. Él tiene 30 hectáreas propias de las que cosecha una tonelada y media por cada una, representándole actualmente un ingreso de $ 500.000.00 por tonelada después de gastos, para una utilidad total de $9`000.000.00 aproximadamente por cosecha, pero con los cálculos que he podido hacer, la utilidad por cosecha sería de $ 21´000.000.00, para un total mínimo de $42´000.000.00 anual, solo teniendo dos cosechas, y ustedes saben que las condiciones de la tierra nos permiten inclusive tener hasta tres cosechas.

Durante esta exposición no se escuchaban más que sus palabras, pero al terminar con el comparativo de los ingresos actuales y con los potenciales en el caso de José, se inició un murmullo que poco a poco se iba incrementando.

De repente uno de los campesinos de mayor edad, dijo en voz alta: — ¿Pero para qué abusar de la tierra?, ¡si esto es lo que ella sabiamente nos concede, sería un pecado exigirle más!

Esto generó nuevamente otra murmuración, la que se fue convirtiendo en gritos y algunos ademanes hostiles; ya el grupo se estaba dividiendo, algunos de los campesinos se estaban dejando seducir por los números y empezaron a hacer castillos en el aire, otros se portaron más escépticos, mientras que algunos sentían que en esta propuesta había un gran veneno.

Uno de los comerciantes solicitó a gritos la palabra ante el alcalde, quién silenció a los asistentes para que este finalmente hablara.

Esta decisión es muy personal, pues el señor Macormic finalmente no nos está obligando, vino a hacer una propuesta, y como tal la acogen los que quieran, y los que no, son libres de hacer lo que les parezca. Yo personalmente veo grandes beneficios en ella, pues a diario escucho en mi tienda a la gente que desea comprar algunos de los artículos que yo vendo, pero se van tristes porque no tienen la plata para pagarlo, esta es la oportunidad para que ustedes puedan adquirir todas aquellas cosas con las que han soñado, pero al fin y al cabo eso es la decisión de cada uno.

Yo me ofrezco ante el señor Macormic para que instale su oficina en mi tienda, y así los que estén de acuerdo vayan a ella y hagan el trato respectivo, —terminó el comerciante, quien sin decir más, se silenció durante el resto de la reunión.

La reunión se prolongó algo menos de media hora más, hasta que el alcalde la dio por terminada y poco a poco, los campesinos y demás asistentes se apartaban del recinto; algunos haciendo corrillos en la puerta de entrada.

En el transcurso de los cinco días siguientes, se instaló el extranjero en la tienda del comerciante, donde acudían cada día más y más campesinos, incluso los de los lugares más distantes del mismo Valle.

El plan había sido aceptado. La mayor cantidad de los campesinos fijaron su esperanza de mayores ingresos en esta nueva etapa de su vida, además, no implicaba un mayor esfuerzo, tan solo se necesitaba de empeñar su palabra y alquilar la tierra ante un contrato de mutuo acuerdo.

El campesino presta la tierra y su fuerza de trabajo, y el extranjero a través de su compañía da toda la asistencia necesaria para que sus cosechas puedan darse en la mejor condición, inclusive, quedaron en mutuo acuerdo de que sí el campesino necesitara algo de dinero por adelantado, se le prestaría, además, se les garantizaría una especie de mensualidad anticipada para sus gastos.

Con el correr del tiempo el nuevo sistema de producción y explotación de la tierra se empezó a llevar a cabo, y sin mayores problemas cualquier inconveniente o inconformidad entre las partes, era conciliado mediante acuerdos.

Alguna vez los campesinos argumentaron que tenían problemas de transporte para poder atender eficientemente los cultivos, por lo que la comercializadora les apoyó disponiendo de un sistema de transporte masivo con una ruta regular.

En otra ocasión, los campesinos argumentaron que el manejo de los químicos les estaba produciendo unas alergias leves, que generaban un poco de incomodidad para hacer el trabajo, por lo que la comercializadora dispuso de un sistema de salud gratuito para los campesinos inscritos en el programa, y a su vez dotó con algunos elementos de protección para la manipulación de los químicos.

Fue una relación amable entre las partes, el programa dio resultado, se incrementaron los niveles de productividad y los aldeanos empezaron a recibir los beneficios financieros que se habían proyectado, incluso algunos de los campesinos que no sabían ni leer ni escribir, quedaron aterrados por todo lo que recibieron.

Se comentaba en la plaza del pueblo que esta había sido otra bendición del Señor. La gente comenzó a disfrutar de las ganancias extras hasta ahora nunca vistas. El progreso empezó a llegar a la aldea, se inauguraron nuevas tiendas donde se ofrecían lindos vestidos, abrió sus puertas una marca de joyerías extranjera, las viejas cantinas mantenían una gran cantidad de clientes, mientras que a su vez se inició la cultura de los bares, las tabernas y los griles para los hijos de los aldeanos.

Ya las tardes en la aldea no eran tan apacibles como antes, se volvió frecuente que la tranquilidad fuera amenazada por lindos autos que viajaban velozmente conducidos por jóvenes al volante.

Se hicieron frecuentes las riñas callejeras, los problemas entre parejas y la discordia entre hermanos, pero todo era solucionable, pues había dinero suficiente para pagar los daños ocasionados por un altercado, para pagar un cuarto fuera de casa cuando la señora estuviera muy enfadada, o para mandar al hijo que no se entendía con su hermano a estudiar fuera del pueblo.

Los hombres del pueblo formaron corrillos y se dedicaron a vivir sin considerar su futuro, parecía que esta buena relación nunca terminaría, bebían a su antojo, gastaban más de lo que ganaban, pues tenían la seguridad de que la comercializadora les podría efectuar avances sobre la cosecha que esperaban tener mañana.

La aldea empezó a vivir otra rutina que se hizo norma y que poco a poco paso a ser aceptada, la tranquilidad y paz de otros días no merecía ni siquiera ser añorada, total, se vivía en la opulencia y en la abundancia, se vivía como realmente nos lo merecemos después de haber trabajado tanto, decían muchos de los campesinos.

Esta relación perduró así durante mucho tiempo, pasaron varios años y la gente terminó por acostumbrarse, ya los cambios del modernismo ni siquiera los aterraba, la aldea se convertía ligeramente en una ciudad de todos y de nadie, cogió características cosmopolitas.

La aldea terminó por transformarse en un gran centro de negocios, los bancos proliferaron y con ellos los ofrecimientos a los antiguos aldeanos.

Dice la historia que en cierta ocasión las cosechas empezaron a bajar su productividad, las cantidades esperadas ya no se cumplían.

Vinieron expertos de muchas partes para efectuar un estudio de la situación, encontrando que la tierra los castigaba por el abuso, la química le había vuelto adicta, ya no tenía nutrientes naturales, era una tierra dependiente de nuevos productos químicos de mayor costo, pero terminaría por quemarse y convertirse en tierra estéril, además las aguas puras de los manantiales las habían transformado en caños de desperdicio, por ellas ya bajaba poca agua y muy contaminada.

Cuando esto fue notado por la comercializadora, cambió de forma inmediata las reglas del juego, ya no habrá anticipos por la cosecha, además no aceptaremos más agricultores en el programa.

La situación se hacía cada vez más y más crítica, los niveles de producción habían bajado substancialmente, y por ende los niveles de venta y rentabilidad de la comercializadora, por lo que se vio en la necesidad de clasificar quienes podrían seguir en el programa, quedando así, solo aquellas personas que poseían tierra en zonas con alguna productividad aún posible. Se hicieron estudios, y encontraron que solo eran pocos los que tenían tierras con estas condiciones.

La comercializadora se vio obligada a replantear su papel en este Valle, ya no tenía objeto insistir con este esquema que fue de gran utilidad y beneficio para ellos y para los aldeanos, pero de acuerdo a lo sucedido ya no tenía futuro, desde ahora la empresa se dedicaría a prestar servicio de re-empaque, empesaría a importar productos desde otras tierras más lejanas y aprovecharía a esta población afligida en el fracaso, para que ellos prestaran su servicio como los empacadores, pues sus tierras ya no servían para nada.

De forma muy ligera la gente se vio altamente afectada, ya no tenían los mismos niveles de ingresos que ayer percibían, además, como nunca previeron el futuro, tampoco vieron la necesidad de hacer un ahorro para los tiempos malos.

Hoy la gente tenía mayores necesidades que antes porque habían subido su nivel de vida, pero ya no tenían como sostenerlo.

Esto preocupó grandemente a todos los pobladores.

Se escuchaban quejas y reclamos, no faltaba quien le echara la culpa de todo esto a ese extranjero que un día arrimó a su pueblo para hacerles grandes ofrecimientos. El Señor Macormic es el culpable, pero otros culparon a José, él fue quien se los presentó.

Era más fácil buscar un culpable que aceptar que la decisión fue tomada libremente por cada uno, que el deseo de tener más de lo que tenían les cegó la capacidad de mirar las consecuencias del futuro.

El señor Macormic ofreció algo que para su comercializadora era bueno, sin ser directamente el responsable de las consecuencias, el trajo una propuesta, buena o mala, y los aldeanos fueron quienes la aceptaron.

Quizás no existió nunca ese amor por esa tierra que los campesinos habían heredado de sus padres y de sus abuelos, las cosas se hacían entonces por fuerza de costumbre y contra la costumbre y la tradición no se lucha.

El Señor Macormic pagó lo que prometió a los aldeanos, pero ellos estaban pagando el precio de abusar de su suerte, nunca midieron las consecuencias de lo que podría pasar con el tiempo.

José actuó de forma diferente, él también estuvo incluido en el plan, pero durante la época de abundancia se preocupó por mejorar su nivel de escolaridad, terminó la primaria y el bachillerato, no continuó más estudios, pero siguió aprendiendo a través de sus libros, además nunca malgastó los ingresos, gastó lo justamente necesario, y, en consecuencia, ya tenía un gran capital ahorrado que le permitiría iniciar una nueva actividad.

En las treinta hectáreas de José se inició un proyecto industrial, parceló la finca y la vendió para construir bodegas que necesitaría la empacadora, mientras que muchos de los aldeanos que durante un tiempo saborearon los beneficios de la comodidad, ahora trabajaban en estas bodegas prestando sus servicios en oficios varios.

Muchos no quisieron aceptar su fracaso, y se dedicaron el resto de su vida a maldecir el día en que apareció José con el Señor Macormic, otros se sentaron en sus tierras fijando la mirada al horizonte, esperando que el Señor: nuestro Dios, les hiciera un milagro, Él nos dio la tierra fértil, Él nos la quito, Él volverá a hacer de ella una tierra productiva.

Cuentan que muchos de estos que se mantuvieron esperando nuevamente la mano de Dios, fallecieron sin saborear los gozos del perdón a sí mismos, pues nunca se dieron cuenta que el señor nuestro Dios, ya les había dado mucho, y lo más importante, la capacidad de decidir, la capacidad de reflexionar sobre sus actos; y que de cada uno depende el éxito o el fracaso de la vida, no de eventos ajenos.

La aldea pasó a ser llamada “El purgatorio de los Aldeanos”, pues allí solo se escuchan hombres lamentándose y hombres trabajando por reconstruir sus vidas en un espacio que les fue prestado, bueno o malo, pero que ellos aceptaron y de ello se valieron.

Autor Tito González S

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