Con tu madre no te enfades.
Salí de mi casa
enfadado, Tuve un altercado con mi madre. Todo empezó, porque había estado muy
sensible y sentí que ella se metía mucho en mi vida.
Ese día, ante
de mi salida, hizo referencia acerca de mi forma de vestir: —Mi amor, tienes
mejores prendas que ponerte, por lo que no entiendo por qué prefieres esos trapos
que te pones si ya están feos.
—No te metas tanto
en mi vida, —le contesté.
—Perdona hijo,
yo solo lo digo con la intención de ayudarte para que te veas mejor, pues eres
una persona muy atractiva y mereces mejores cosas que las que llevas puestas. —Dijo
ella.
Levantando la
mano como en además de desagrado, manifesté: —Siempre criticando. No te gusta
como visto, no te gustan mis amigos, me das sermones por que trasnocho, hasta
te metes con mi comida. —Le respondí en un tono inapropiado.
Con voz baja contestó
ella sintiéndose regañada: —Tan solo me preocupo por ti.
—Pues deja de
preocuparte tanto, que yo soy un adulto. Contesté un poco más acalorado.
Me sentía grande
y autónomo a pesar de que recientemente había cumplido los 18.
—Eso es lo que
tu crees, pero te falta mucho por madurar, y mientras yo viva, nunca dejaré de
preocuparme por ti. —Esta vez contestó sumiendo un poco más de su autoridad, a
la vez que trataba de cerrar los botones más altos de mi camisa.
Manoteando un
poco hice un ademan ligeramente brusco para zafarme de sus manos a la vez que le
dije: —Deja de creer que yo soy un niñito. —Me aleje de ella.
—Está bien, has
lo que quieras, pero si te digo las cosas es por tu bien. —Ella insistió en
darme razones y motivos para comportarse y hacer lo de todos los días,
contemplarme y cuidarme, que yo lo veía como friega y la misma cantaleta.
Sin decirme nada
al igual que siempre buscó mi mejilla para darme un beso, del que me escurrí de
inmediato.
Me creía suficientemente
grande, además me mantenía enfadado con ella, porque para mí, más que una
preocupación, era el papel de una madre que no entiende que los hijos crecen, y
que deben de tener una vida totalmente liberal e independiente. En otras
palabras, mi mamá fregaba mucho me atosigaba, así que esta vez me agaché
evitando besos y caricias y salí dando un azote a la puerta.
Pude ver de
reojo que ella abrió la cortina de la ventana para seguirme como en la actitud
que siempre tenía cuando me dejaba salir a la calle para jugar con mis amigos,
era toda una cuidandera que yo veía como una vigilante. A pesar de mi enojo,
ella no dudó para darme su bendición desde la ventana. Su rostro manifestaba la
abnegación triste de una madre.
De haber sabido
lo que pasaría con ella, pediría a Dios una nueva oportunidad para devolver el
tiempo y corregir ese pecado producto de la arrogancia y enfado sin razón alguna
que no me dejaba valorar lo que queria verdaderamente ella.
Regresé a casa
en la madrugada del día siguiente en el que sucedió lo que les contaba. Me
asusté mucho al percatarme que en mi casa había mucha gente, estaba llena.
—¿Qué pasó? —Entre
gritando. No me salía más que esa pregunta. —¿Qué sucedió? —En un principio
solo lograba imaginar que se habían entrado los ladrones. —¿Dónde está mi mamá?
—Lejos de imaginarme que hubiera sucedido alguna otra tragedia.
—A mamá le dio
un infarto anoche, —dijo mi hermana quien estuvo a su lado durante el episodio.
—Dios mío, ¿Por
qué? ¿Qué fue lo malo que hizo ella?
Vinieron como
un castigo las imágenes del ultimo momento que la tuve cerca, y que, en vez de
darle un abrazo y un beso, lo único que hice fue rechazar sus caricias, evitar
sus besos y desconocer sus bellas y nobles intensiones.
Eso fue hace varios
algunos años, pero sigo manteniendo vivo ese momento como si aún o estuviera
viviendo.
Aparentemente
lo he sanado, ya hice el duelo y trato de no causarme daño cuando recuerdo su último
beso rechazado. Pienso en la irracionalidad de no haber aprovechado que la tuve
viva y cerca de mí, ella diciéndome lo mucho que me amaba y yo mostrándole que
era un niño que me creía grande por lo que no aceptaba lo que ahora quiero, más
que ser amado, estar a su lado para decirle lo mucho que la quiero.
Si Dios me
diera hoy una nueva oportunidad para tenerla cerca, la llenaría de besos y le
diría cuanto le amo, y nunca más criticaría sus consejos que ahora, que ya soy
padre, los he ido entendiendo.
Todo lo que
ella supo darme y que tanto me molestaba, era tan solo la manifestación del
inmenso amor que solo tiene una verdadera madre.
Por eso, amigos
míos, a aquellos que tienen hoy la fortuna de tenerla viva, es el mejor momento
para decirles cuanto les agradecemos por todo lo que nos da, así muchos de sus
consejos, criticas y rabietas, logren molestarnos, pues si entendiéramos lo más
profundo de su corazón, podríamos leer en ellas, que a una madre nunca le falta
amor para darle a estos hijos, que aunque desagradecidos, ellas con paciencia y
ternura seguirán amándoles.
Dios mío,
ilumina a todos los hijos del mundo, para que nunca más suceda lo que en mi
sucedió, y que no hay nada en el mundo que pueda devolverme la dicha de tener
nuevamente a mi señora madre.
Autor: Tito González S.
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