Un reto por atender.


Recuerdo que hace muchos años, en el barrio que me vio crecer, realizamos una competencia entre los chicos de barra con los de la cuadra vecina, ellos nos tenían amedrentados y cada vez nos retaban para enfrentarnos con ellos y demostrar quienes eran los más fuertes. Se ufanaban de ser los grandes del barrio y los más agresivos.

Cuando cruzábamos por sus calles nos correteaban vociferando palabras ofensivas y burlándose de nosotros que éramos mucho más chicos que ellos. Se sentían dueños del vecindario sin permitir que otros que no fuera parecido a ellos, entrara o paseara por lo que decían su territorio.
Su líder era un muchacho alto y fornido, se distinguía por tener un cuerpo atlético, el cual dejaba notar con las apretadas camisetas que usaba, le encantaba exhibir los bíceps que había logrado con su asiduo ejercicio en el levantamiento de pesas que era su deporte preferido.

El resto de los muchachos que le seguía, no eran más que un grupo de chicos desadaptados que buscaban en el líder su aprobación para no recibir castigo. Su mayor destreza era la capacidad de patear bien la pelota, y asumían cierto valor o riesgo algo osado para hacer cosas desafiantes que el líder les exigía. Por todo lo que hacían se les había conferido el titulo de los temerarios, tenían un lenguaje propio que los distinguía intimidando a los extraños. Su forma soez de hablar y su vulgar manera de relacionarse era algo usual entre ellos mismos.

Cierto día que atravesábamos por sus calles como ellos manifestaban, salieron a nuestro encuentro para retarnos con tono burlesco:

—Oye, partida de cobardes, si quieren pasar libremente por acá, hagamos una competencia de fuerza, y si ganan, los dejaremos de molestar. —Dijo el líder, y todos los demás soltaron a reír a la vez que nos acorralaron y estrujaban.

La verdad es que teníamos miedo, aunque tratábamos de no mostrarlo.

Pensar que podíamos ganarles era algo difícil, pero tampoco podíamos que nos daba algo de miedo, pues eso era evidenciar ante ellos lo que llamaban cobardía, y por esa razón hasta podían propinarnos una golpiza, así que tartamudeando les dijimos que aceptábamos el reto.

Esta es la hora que no nos explicamos de dónde y cómo Juan, uno de nuestros compañeros de grupo, sacando valentía les dijo: —Está muy bien, pero si ganamos nosotros, ustedes se tienen que vestir de niñas el día de las brujas.

Para ellos eso sonó como el mejor chiste por lo que soltaron a reírse inclusive a carcajadas. Después de un rato uno de su dijo: —Estamos seguros que ustedes van a perder, y los que se vestirán de niñas de por vida, serán ustedes, y así si los dejaremos pasar.

Después de un buen rato, dejando que ellos se burlaran y se divirtieran a costa de nosotros, alguno de mi grupo les dijo: —Pero pongamos las bases de la competencia, y establezcamos el lugar.

Se definió realizar una competencia mixta en el parque central un día sábado en la tarde, en unas tres semanas, considerando que en el lugar a esas horas por regla general se encontrarían más personas del barrio haciendo deporte.

Establecimos iniciar con una carrera de relevos, luego una de fuerza consistente en trasladar unos cilindros de cemento que servían para evitar que los autos fueran estacionados en el andén, y otra de agilidad y astucia.

Entre silbidos y más burlas nos dejaron salir, a la vez que nos decían que éramos niñitas, cobardes y gallinas.

Una vez que llegamos a nuestro barrio, nos sentamos un poco abatidos por lo que había pasado, nadie quería hablar. ¿En qué lio nos habíamos metido? Pensábamos.

Pasaron unos minutos y de manera sorpresiva Ricardo, el flaco del grupo, rompió el silencio profundo y dijo: —Ustedes están locos, ¿cómo es que aceptamos? nos van a ganar y ¿quién se los aguantará después haciéndonos la vida imposible? Creo que nos tocó que volarnos del barrio.

—Entonces digámosles que no vamos a competir, —dijo Mauricio, un compañero muy tímido que pertenecía al grupo.

—Si les decimos que no vamos a competir hasta nos cogen a patadas, jugaran fútbol con nuestras cabezas, —dijo Pepe.

Pepe era el más arriesgado del grupo, pero a la vez era un muchacho muy inteligente. —Ya no podemos echarnos para atrás, si aceptemos no nos queda más que ganarles.

—Como si fuera tan fácil, —dijo Mauricio.

Después de hablar acaloradamente un buen rato, llegamos a la única conclusión posible: había que aceptar el reto, y teníamos que ganar para quitárnoslos de encima.

Si el objetivo era ganar y nada más que ganar, eso nos llevó a tomar una determinación, prepararnos como nunca lo habíamos hecho y dar lo mejor de cada uno, o de lo contrario, la falla de uno, repercutiría en todos.

Sin discutir más nos pusimos tareas, la primera, que cada uno de nosotros se dedicaría a hacer buen ejercicio para mejorar su estado físico, y a su vez, quedaría comprometido en identificar su mayor fortaleza física, es decir, debería reconocer cual era la mayor habilidad y en qué asunto se sentía más competente.

Al día siguiente iniciamos los entrenamientos, todos los días salíamos a tempranas horas para trotar por el parque. Hacíamos competencias de saltos, y luego nos dedicábamos a las pesas, ejercicios de resistencia física y otras rutinas que fuimos aprendiendo.

Pepe, con esmerado detalle, se puso a controlar los tiempos de cada uno para ver el rendimiento, a la vez que inició un análisis detallado de la capacidad de resistencia y de fuerza en cada uno de nosotros, para establecer indicadores que deberíamos superar, y así con mayor criterio poder precisar quien era el mejor para cierta rutina.

Nos dejó aterrados, parecía todo un entrenador físico con mucho conocimiento, y todo gracias a su capacidad y motivación por investigar.

Los días pasaban y cada vez nos sentíamos más confiados, pero lo más importante, era que cuando alguno de nosotros superaba la marca del día anterior, todos los demás aplaudían y lo felicitaban.

Mauricio se encargó de la logística, controlaba que hubiera suficiente agua fresca para cada entrenamiento, y así cada uno se puso una tarea que cumplía al pie de la letra.

Al terminar las tardes, nos reuníamos y analizábamos los avances del grupo, también veíamos las debilidades y los problemas con el fin de buscar una solución.

Cuando se notaba que alguien no estaba en la condición esperada por el grupo, de acuerdo a los controles y el seguimiento que Pepe había establecido, Toño, el más atlético de todos, se dedicaba el día siguiente a entrenar y ayudar a esa persona para que mejorara su estado y lograra el nivel esperado.

Recuerdo que esto más que en una respuesta a un reto, se fue convirtiendo en una diversión. Hicimos del entrenamiento una disciplina y toda una entretenida rutina.

Mientras nosotros entrenábamos, nos dimos cuenta que ellos, los del otro barrio, también lo hacían, pero a su forma.

El líder del grupo, siguió levantando pesas, pues él por ser el más fuerte y corpulento, dijo que se encargaría del traslado de los cilindros de cemento.

Los demás, seguían haciendo lo de siempre, el entrenamiento consistía en corretear a los muchachos más pequeños del barrio.

Se reunían todas las tardes en una esquina de su cuadra, para burlarse de nosotros y comentar la forma en que nos iban a ganar según ellos.

En alguna ocasión Juan no pudo ir al entrenamiento a la hora establecida en nuestro grupo, debía cumplir con una cita médica, así que le tocó que atravesar por el barrio de los grandulones. Cuando pasó frente a ellos, todos salieron corriendo detrás de él, diciéndole mil groserías y burlándose, pero Juan, debido a su entrenamiento, corrió muy ligero y de forma constante por lo que en menos de tres cuadras los dejó relegados.

Al llegar Juan donde estábamos nos comentó lo sucedido: —Muchachos, sigamos entrenando, hoy me persiguieron y no me alcanzaron, por lo que estoy convencido que si seguimos ejercitándonos, podemos ganarles.

Nos comentó con esmerado detalle lo que le había pasado, quienes, y cuantos lo persiguieron y como los vio uno a uno quedarse rezagados, lo que nos motivó para trabajar con más ahínco.

Pasaron los días y nuestras condiciones eran cada vez más favorables, así que empezamos a entrenar en el mismo parque donde se realizaría la competencia.

Pepe, como siempre, tan metódico, empezó a tomar distancias y a considerar los ángulos de las curvas, pues según él, esto incidiría en la velocidad, en las paradas y en el ritmo que se debía de poner en cada una de las rutinas de la competencia.

Con los días la gente del barrio se enteró del reto o la competencia que íbamos a tener con los grandulones, lo que produjo gran expectativa, convirtiéndose en un murmullo que producía inclusive apuestas sanas entre las personas: ¿Quién cree que va a ganar?

Llegó el gran día, el rumor había crecido tanto, que el parque estaba lleno de espectadores, algunos para ser testigos de la humillación o paliza que nos iban a dar, y otros con la esperanza que pudiéramos ganarles para así darles una lección.

Los grandulones habían traído su propia barra de gente muy parecida a ellos, habían preparado lemas y gritos de apoyo en los que predominaba la burla y las sandeces.

También asistieron una buena cantidad de niños y muchachos del barrio que habían sufrido humillaciones parecidas a las que de manera regular teníamos nosotros. Ellos estaban expectantes, su deseo aunque poco confiados, era que pudiéramos ganarles y ponerlos en ridículo ante la gente del barrio.

No puedo negar que estábamos muy asustados, pero de cierta manera nos embargaba algo de tranquilidad por el entreno que habíamos tenido, lo que nos generaba confianza en nosotros mismos como personas y como equipo.

Pepe nos había dado buenas instrucciones, cada quien sabía lo que debía de hacer en la carrera, además de acuerdo a nuestras capacidades, teníamos claro quién iba de primero y luego quien debería salir de segundo, como también que persona participaría en determinada rutina.

La competencia inició con la carrera de relevos. Cada equipo estaba conformado por ocho integrantes y cada persona tenía que entregar a un compañero el bastón y así sucesivamente, hasta que llegara al octavo. Ganaría el grupo que terminara de primero.

En el grupo de los retadores o grandulones, comenzó según su estrategia, el que más corría para así marcar desde el principio una buena diferencia, mientras que nosotros, según recomendación de Pepa, dejamos al que menos corría para que iniciara, así que en la primera vuelta ellos ganaron. Dejarles saborear la victoria desde el inicio era buen plan porque eso embriaga y enceguece.

Se pudo observar que ellos no tenían plan alguno, mientras que nuestro equipo se tenía claro el plan de relevos persona a persona.

Mientras hacíamos las cosas como se debían de acuerdo al plan, ellos empezaron a improvisar y se escuchaba: —déjeme a mí que yo corro más, yo puedo ganarles.

Ellos agotaron sus mejores corredores en las primeras vueltas, mientras nosotros hicimos lo contrario y poco a poco fuimos logrando la ventaja que necesitábamos para generar una diferencia que a su vez les empezaba a causar malestar emocional por lo que su rendimiento bajaba.

Tal como estaba planeado sucedió, hasta la sexta vuelta ellos estaban ganando por media carrera, pero nosotros íbamos en un ritmo sostenido, dejando que en la séptima saliera Gabriel, un gran corredor, que terminó empatado con ellos, y para la última, teníamos planeado que corriera Juan, quien se había convertido en nuestro corredor estrella, el mismo que les ganó por una buena diferencia al corredor de ellos, pues dejaron para el final al que menos corría.

En la competencia de fuerza, teníamos claro que su líder era quien se encargaría de hacer la demostración, así que nosotros escogimos a Mauricio y a otros dos compañeros, que además de tener buena fuerza, tenían buena resistencia.

El concurso era trasladar 15 cilindros en el menor tiempo posible, y cada grupo era libre de disponer de quien y con cuantas personas lo hacían.

El líder del oro equipo estaba seguro de su fuerza bruta, pero no tenia conocimiento de su resistencia, así que eso era una ventaja para nosotros.

Ellos, acostumbrados a poner las marcas decidieron empezar primero, y su líder, muy arrogante y orgulloso, mostrando sus músculos antes de iniciar, dio la orden de arranque del cronómetro cuando se dispuso a trasladar los cilindros.

Inició con muchos bríos y mucha energía, la que poco a poco se veía afectada. Le tomó 8 minutos y medio hacerlo. Al terminar, todos le aplaudieron. 

Ahora les toca a los debiluchos, —dijo cuando terminó.

Empezó Mauricio con el traslado de cilindros, y al tercero fue remplazado por otro compañero quien a su vez fue reemplazado a los otros tres y los últimos los pasó nuevamente Mauricio que ya estaba descansado. Al usar esta estrategia, nunca se perdió el ritmo, así que en siete minutos cuarenta y cinco, se habían trasladado todos.

Había gritos de júbilo, silbido y aplausos de la gente, por lo que el líder del otro grupo maldecía y vociferaba.

La ultima competencia fue más fácil, se trataba de una competencia en patines, salto del lazo y otras pruebas, pero ellos ya estaban desmoralizados, la gente les abucheaba y les decía gallinas gordiflonas, así que usando nuevamente las estrategias y la confianza que habíamos adquirido, sumada a la gran barra que se nos había unido, de forma muy amplia les ganamos.

La gente les gritaba gordiflonas, a vestirse como niñitas.

A ellos nos les quedó nada más que retirarse calladamente.

La gente del barrio les perdió el miedo, muchos de estos chicos brabucones no volvieron a aparecerse por las calles, algunos pidieron escusas y quisieron unirse a nuestro grupo.

Ahora de adulto me doy cuenta que lo que permitió el éxito en esa significativa competencia callejera, es que nosotros dejamos de ser grupo y conformamos un equipo en el que trabajamos por un objetivo y todos asumimos el compromiso, encontramos nuestras fortalezas individuales y las pusimos al propósito esperado, bajo una disciplina, un sistema y unas condiciones amables y agradables que nos permitieron llegar a donde queríamos.

Los otros nunca dejaron de ser ellos mismos, ya que seguían caprichos y voluntades de un líder sin fundamento alguno.

Es por esto que hoy valoro la importancia de trabajar en equipo dándome cuenta que este solo se alcanza cuando se construye una unidad con un propósito, estableciendo unas normas, disciplina y sobre todo… una estrategia y la disposición de todos.

El hecho de que cada persona estuviera dispuesta a dar lo mejor de sí mismo, a reconocer sus debilidades y fortalezas para hacer planes de mejoramiento y a comprometerse con una causa, permitió que los objetivos se cumplieran.

Por Tito González S.

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