TODO SE NOS DEVUELVE.


En una escuela en la que estudiaban niños y niñas, había un grupo que les gustaba burlarse de sus compañeros más débiles y de aquellos que fueran más callados o tímidos.

En algunos momentos recurrían al chantaje emocional para colocarles retos y así generarles dificultades o situaciones bochornosas que para ellos era muy divertido.

Aunque sus conductas no eran de la aprobación de todos, nadie decía nada, todos callaban.

Era evidente que algunos de los compañeros trataran de evitarlos, y otros que se encontraban totalmente intimidados y que por lo que les había sucedido en otras ocasiones, evidenciaban su miedo al grupo, obedeciendo sus órdenes absurdas, sin presentar oposición alguna, habían logrado la total sumisión en ellos.

Con ellos estudiaba una niña muy calmada y responsable con sus deberes, llamada Tomasa. A pesar de que no era la más destacada académicamente, nunca tenía problema con sus tareas, pues ella, muy juiciosa con sus deberes y responsabilidades, dedicaba buen tiempo a sus lecciones y demás obligaciones escolares.

Tomasa, de modales muy delicados debido a la crianza de sus padres, poco a poco la fueron convirtiendo en el centro de burlas del grupo que estaba dedicado a mofarse de los demás, según los chicos, ella era una boba que no era capaz de hacer nada sin aprobación de la madre: “Tomasa el sapo, Tomasa la tonta, Tomasa la fea”, así le gritaban dentro y fuera de clase.

Como nadie es igual a otro y todos tienen sus diferencias, Tomasa era de baja estatura y ligeramente obesa, y por sus condiciones orgánicas propias de la edad y de su metabolismo, la acumulación de grasa en la piel le estaba causando algunos granos que se hacían muy evidentes en su cara.

La disposición mordaz y poco prudente del grupo de chicos que se creían los mejores, aprovecharon esto para terminar de fastidiarla.

Le escondían su libreta escolar y se le consumían lo que llevaba en su lonchera, sin ella poder hacer nada contra esta gavilla de revoltosos chicos.

Con el pasar del tiempo Tomasa empezó a faltar a la escuela. Algunas otras veces la directora tenía que comunicarse con su mamá para que la recogiera, pues de repente se desmayaba o le aparecía una fiebre muy alta acompañada de fuertes dolores de cabeza.

Tomasa tuvo que ser internada en un centro hospitalario durante muchos días, pero su condición, a pesar de todos los esfuerzos médicos, no mejoraba. Se le practicaron muchos exámenes para determinar los orígenes de su enfermedad, y por más que le tomaban muestras de sangre y hasta exploraciones cerebrales, los médicos seguían desconcertados, no tenían claro el diagnostico.

Su salud era cada vez más delicada, los médicos estaban muy atentos, pero no podían hacer más de lo que ya estaban realizando, pero Tomasa en vez de mejorar, cada día empeoraba.

La madre, sin salir del hospital durante las dos semanas que llevaba su hija internada, lo único que hacía era rezar y pedir a Dios que mejorara a su hija.

Cierto día vino a verle una de las maestras, quien vio que la madre de Tomasa a causa del cansancio y la fatiga que causa el hospital, también se estaba enfermando, así, que se ofreció a cuidar la niña mientras ella se tomaba la tarde y descansaba en casa.

La madre, aunque con cierto temor, accedió.

La maestra se queda al lado de la cama de Tomasa contemplándole el cabello hasta que la niña despertó, así que le dijo: —Tomasa, recupérate pronto que todos deseamos verte en la escuela.

Tomasa soltó en llanto y le dijo: —Eso es una mentira, yo sé que nadie quiere verme, yo soy fea, gorda y me parezco a un sapo.

—¿Por qué dices esas cosas, si tú eres una niña linda? Todos te queremos. —Le dijo la maestra.

—A mí nadie me quiere, menos mis compañeros. Todos se burlan de mí, ellos dicen que mi mamá me contempla porque me tiene pesar. —Respondió Tomasa sollozando.

La maestra fue entendiendo que lo que tenía Tomasa era una gran depresión y decepción que la había llevado a tan lamentable estado, y que los culpables eran sus compañeros.

La maestra quedó muy triste y hasta se sintió culpable, pues si se hubiera dado cuenta oportunamente de lo que estaba pasando en la escuela, habría detenido a tiempo lo que había sucedido.

Al siguiente día, y a primera hora, la maestra entra al salón de Tomasa y habló con los demás chicos, les dio a conocer el estado tan lamentable en que se encontraba su compañera, y lo peor, les dijo: —Puede morirse, ya le perdió amor a la vida. ¿Podrán ustedes soportar este cargo de conciencia? —Y continuó:

—Niños si no medimos las consecuencias de lo que decimos y de lo que hacemos, se pueden causar daños irreparables en otros. Nuestras palabras y nuestros actos pueden dejar daños irreparables en otros, si hacemos lo indebido.

Después de la intervención de la maestra, aparecieron justificaciones y acusaciones. Algunos señalaron a otros, y no falto el que dijo: —Yo me daba cuenta, pero no quería meterme en líos.

Aprovechando la situación, la maestra les hizo una explicación breve, en la que les dejo en claro: —Unos son responsables de lo que hicieron con intención y propósito de causar daño; otros por secundar al que dio la orden o motivo para hacerlo; y los demás son responsables por su silencio, vieron y no dijeron nada, o no le ayudaron cuando pudieron hacerlo.

Los niños quedaron callados, y la maestra continua: —Pero ahora no se trata de señalar y castigar a nadie, lo que interesa es reflexionar sobre lo que hemos hecho, y buscar como ayudamos a Tomasa.

Los niños reflexionaron, aunque su intención no era esa, se dieron cuenta que muchas veces se peca sin querer hacerlo. Tampoco era propósito de la maestra hacerlos sentir mal, pero necesitaba que ellos aprendieran la lección y entre todos encontraran la manera de remediarlo.

Los niños rezaron pidiendo a Dios su perdón y la pronta sanación de Tomasa. La maestra aprovecho para decirles: —Dios no está ofendido, ahora sonríe porque ustedes han comprendido sus equivocaciones, y Él escuchará nuestros ruegos.

Se pusieron de acuerdo con la maestra para hacer tarjetas, carteleras y cartas dirigidas a Tomasa en la que pedían por su recuperación y le manifestaban que estaban a la espera de su pronto regreso. La tarde la destinaron para ir al hospital a visitarla y hacerle saber lo mucho que le querían y cuanto la extrañaban.

La visita de sus compañeros fue como un milagro, la madre de Tomasa dijo: —Dios escuchó mis ruegos.

En menos de tres días todos los síntomas de Tomasa desaparecieron y su gran deseo era volver a la escuela donde sus compañeros, quienes siguieron visitándola y llamándola.

Cuando llegó Tomasa nuevamente a la escuela, le prepararon una gran fiesta de bienvenida, y todos se comprometieron con ella y con los demás, a ser buenos amigos, firmando un pacto de respeto mutuo.

Autor Tito González S

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