En medio de lo malo, algo bueno
El Motivo, mi primera nieta
No seré el primer abuelo del mundo, pero apenas ayer me convertí en ello, nació mi nieta, una bella princesa.
No seré el primer abuelo del mundo, pero apenas ayer me convertí en ello, nació mi nieta, una bella princesa.
Describir
la inmensa dicha que siento… es tarea poco posible. No encuentro en mi extensa
lengua castellana las palabras que permitan poner en líneas este inmenso y
placido sentimiento, es algo que desde muy adentro irriga mi corazón y le llena
con una sensación de emoción que crean un mágico momento, es un estado de gozo
y dicha convertida en estasis que invade y recorre toda mi mente y mi cuerpo.
Suficiente
con reconocer la gran dicha que causa un nacimiento en medio de la traumática,
inesperada y angustiosa situación por la que atraviesa el mundo entero.
La
llegada de un nuevo bebé al mundo es algo bueno. Igual de especial como si se
tratara de una estrella brillante que irrumpe en el firmamento oscuro, una luz
de esperanza, un instante de gozo que nos permite olvidar al menos por un rato lo
que está sucediendo: Una pandemia que nos amenaza y tiene preocupados.
Pero…
¿Qué tan grave es la pandemia para ella? ¿Qué peligro representa para esta
criatura?
Lógicamente
hay un riesgo, los peligros de su contagio no pueden ser desconocidos, pero
mientras se toman todas las medidas de precaución indicadas, se puede controlar
la amenaza de la misma. En verdad esta amenaza es delicada pero no de la misma
gravedad de otras con las que llevamos mucho tiempo viviendo y nos hemos
acostumbrado a cargarles. Esas que nos definen como una sociedad enferma,
contagiada y acobardada.
Me
refiero a aquellos males que son causantes de tantos decesos, de cientos de
enfermedades y que siguen afectando a millones de personas en el mundo entero.
Enfermedades
reales con las que nos hemos acostumbrado a convivir dejando que ellas nos
sigan como si fuera nuestra propia sombra en el día y en la noche, pasaron de
ser invasivas a ser institucionales.
Males
que inclusive han permeado la cordura deteriorando el cerebro, los ojos, los
oídos y todo el cuerpo, pues cuando vemos sus efectos nos quedamos quietos,
ignoramos lo que vemos y nos hacemos sordos con lo que escuchamos.
Se
trata de la pérdida de valores, de la descomposición de la familia, de la
manipulación de unos sobre los otros, del abuso del poder, de la avaricia, la mentira,
la falta de caridad, la poca solidaridad, la envidia y otros padecimientos que
todos maldecimos, pero de los que estamos contagiados.
Estamos
infectados, conscientes o no, nos encontramos invadidos de este virus el cual
ya todos consentimos.
Entre
sus consecuencias está el haber aprendido a criticar a los demás, pero no a corregirnos
a nosotros mismos; asumimos partido para cuestionar las decisiones y actuaciones
de otras personas, sin que realicemos aporte alguno, no contribuimos a plantear
soluciones, pero si nos encanta comportarnos morbosamente ante los problemas y
dificultades que se les adjudica o presenta a otros.
Somos
incisivos para prejuzgar, indolentes ante la calamidad de los otros, pero eso
sí, cobardes y explosivos para cuando la avalancha cae sobre nosotros.
Preferimos
el silencio para no meternos en problemas, asumimos una posición miedosa y
hasta timorata que nos lleva a la omisión como si se tratara de la mayor
virtud, o a la ceguera intencional para evitar pleitos o simplemente porque el
problema no fue conmigo.
“Si
la piedra no viene contra mi vida, la cosa no es conmigo”, una vergonzosa
postura que ahora tiene sus consecuencias debido a que las rocas cada día más
evidentes, nos están enterrando a todos.
Hoy,
asumimos posición de víctimas, lloriqueamos y hacemos el pataleo de berrinchudo
niñito porque nos hemos sentido tocados, pero ayer parecía no importarnos nada
de lo que sucedía a nuestro lado, éramos conformes o al menos cómplices
silenciosos de esos agresores o malos ciudadanos como ahora les llamamos.
Tirar
la pelota es lo posición más fácil en el juego, así como culpar a los demás: son
los gobernantes, los banqueros, los políticos y otros muchos que encontramos
culpables, olvidándonos que fuimos quienes los elegimos con el voto o con la
abstención de hacerlo. Patrocinamos a los delincuentes de cuello blanco con el
silencio cómplice que siempre nos ha caracterizado, nos quedamos callados
cuando sucedían las cosas que bien podíamos denunciar, pero no lo hicimos, pero
si tuvimos mil razones para no hacerlo.
No
ha faltado quien se benefició un poco de esa persona que ahora llama el tramposo.
Inclusive, otros patrocinaron, apoyaron y hasta apadrinaron al corrupto, al
falso, al insolente tan solo por obtener un abrazo o recuerdo de una foto, o el
pronunciamiento de su nombre en un discurso. ¡Que bajeza!
Estamos
llenos de costumbres deshonrosas y deshonestas, de posturas aberrantes como apropiamos
de lo que no nos corresponde cuando alguien se equivoca, o al sacar ventaja de
los errores de otros; y no ha de faltar esos que se creen brillantes y se
jactan por sacar un descuento a un vendedor ambulante o a una persona pobre que
tiene un puesto en la galería para lograr el sustento diario que requiere su
familia, pero que si está dispuesto a pagar una cantidad mayor en un almacén de
cadena donde el comprar le llena su alacena, pero le embucha el orgullo de
poder hacerlo en uno de los mejores posicionados entre sus vecinos y
familiares.
Aprendimos
a criticar la delincuencia juvenil, sin que muchos padres puedan comprender que
su decisión lavadora de culpas al matricular a sus hijos en un costoso colegio,
les desobliga de la responsabilidad que tienen como padres, contribuyendo a una
de las pandemias más grandes de este nuevo mundo moderno, en el que
estadísticamente se ha comprobado que existen más niños huérfanos de padres
vivos que de padres muertos.
Nos
hemos jactado de comportamientos indebidos y de la capacidad de adquirir y
acumular cosas a través de la vida, convertimos en meta el tener casa, carro,
viajes, joyas, cuentas bancarias y tarjetas, y todo aquello que significa poder
y confiere estatus, perdiendo el norte, lo fundamental, el ser sinceros, la
humildad y ante todo el carácter para defender nuestros principios y valores,
la autenticidad que se dejó de lado para dar paso a la arrogancia, a la
prepotencia, a un comportamiento que esconde nuestra poca estima o valía para apreciarnos por lo que somos y no por lo que
otros creen de nosotros.
Mi
nieta ha llegado a este mundo moderno de avanzada tecnología en el que muy
posiblemente en menos de 12 meses inventan la vacuna contra el COVID 19, algo
que todos esperamos, pero un mundo donde la inteligencia humana posiblemente no
tenga el interés y capacidad para erradicar o crear la vacuna contra la
ignorancia humana, esa postura de creernos inteligentes por ser indolentes, por
ser capaces de abusar de aquellos que tienen necesidades superiores a las
nuestras o por tener menor capacidad para entender nuestros artilugios y
argumentos enredadores.
Me
preocupa el egoísmo, la poca solidaridad, la malsana competencia de querer
llegar pasando por encima de los demás y dejando tierras fértiles convertidas en
desiertos. De verdad que me aterra correr sin disfrutar, viajar sin saborear,
vivir sin sentir.
Me
asusta la poca capacidad de tolerancia, el bajo respeto por las diferencias de
otros, la imprudencia irónica y humillante que usan los que se creen más que sus
semejantes, me aterroriza la posición soberbia y patán de los que usan el poder
para sentirse fuertes.
Son
muchos asuntos los que me aterran y logran estremecerme, la avaricia y la
cobarde posición de compartir, la infidelidad y la misma mentira, la capacidad
de engañar a los seres queridos, al jefe, a su compañera o compañero, a los
amigos y a los incautos.
Me
sobresalta el indebido aprovechamiento de habilidades, capacidades y
competencias fuertes para lucrase con los ingenuos, así como los hacen algunos
políticos e inclusive deshonestos religiosos; me inquieta valerse de artimañas
y oportunidades para enriquecerse a costillas del trabajo y esfuerzo de otros.
De
verdad que pienso en ese mañana que ya no estaré para protegerla y orientarla,
cuando la epidemia de la avaricia y la ignorancia astuta con ínfulas de sabiduría
que caracteriza al humano, nos lleve a un posible colapso y no se entienda que
si no cambiamos seremos causantes de problemas mayores, de una desenfrenada violencia
social por las diferencias de clases, de enfermedades y hambruna por la
contaminación ambiental, de holocaustos y masivas migraciones a causa de nuevas
guerras, y así como eso, de una enfermedad aún más grave, de una depresión
masiva porque la vida ya no tiene sentido, por el desconsuelo, por la falta de
armonía o simplemente, porque mañana ya no existirán abuelos con estos
sentimientos tan nobles y bellos como el que aun algunos tenemos.
Yo
por mi parte, me comprometo desde ahora a darle lo mejor que puede heredar de
su abuelo, una formación muy humana basada en el buen ejemplo.
Me
comprometeré a que no le falte lo que todos necesitamos, amor sincero, cariño y
tiempo para escuchar sus anhelos, para tenderle los brazos cuando se sienta
triste y le asuste el mundo, para fortalecerle su actitud positiva y para
enseñarle a salir adelante.
Estaré
muy pendiente de enseñarle la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo que se
puede y lo que se debe, haciendo la diferencia entre una tentación de buenas
oportunidades con respecto a lo que es correcto.
Le
enseñaré a ser responsable con ella misma, con sus obligaciones y deberes como
persona, como ser social y ciudadana, le enseñaré a ser coherente y que se
sienta orgullosa por decir la verdad así le traiga las consecuencias que
algunas veces trae consigo.
Aprovecharé
el tiempo que Dios me permita para enseñarle a amar la naturaleza, a respetar
el ambiente, a cuidar los animales, a disfrutar de los instantes y a que
entienda que mas importante que las cosas materiales, son los abrazos, el
silencio compartido, las frases cariñosas y una sonrisa sincera.
Yo
me preocuparé por hacer todo lo que me corresponde y espero vacunarle contra
ese mal que nos tiene enfermos, esperando que otros abuelos se contagien y
hagan lo mismo del compromiso que hago con mi primera nieta y los próximos
nietos.
No
seré un abuelo especial ni diferente, seré el abuelo del que se pueda sentir
orgullosa y le permita estando de pie, pronunciar su nombre sin temor a ningún
reproche.
Yo
le enseñaré que lo que es correcto supera nuestros intereses y la voluntad de
otros, le guiaré en compañía de sus padres, para que entienda la complejidad de
sobrellevar con orgullo la censurada satisfacción por ser una persona de
principios y valores.
Abril 24 del 2020
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