EL NIÑO Y EL PEZ DEL ESTANQUE
—!
Buenos días ¡!Buenos días ¡
El
silencio inmenso del profundo bosque fue interrumpido con los gritos que
provenían de la voz aguda de un niño. Aún era joven la mañana, pestañeaba el Sol
tímidamente entre las copas de los árboles.
Sentado
a la orilla de un estanque se encontraba un niño, quien no paraba de gritar:
—!
Buenos días pececito. ¡Una gran noticia te vengo a dar!
Mirando
hacia todas las orillas reflejando la impaciencia característica del infante, esperaba
una señal que le indicara donde se encontraba el pez que con tanto ahínco
llamaba.
Se
trataba de un ordinario y pequeño pez que vivía en un estanque formado por aguas
retenidas entre la maleza y el matorral que dejaba el malogrado follaje del
bosque nativo.
—Pececito
por favor… ven pronto que no tengo mucho tiempo para esperar.
Insistía
de manera agitada el solitario niño.
De
repente y causando un leve movimiento de las aguas, entre ramas y hojas secas
apareció el pez que apenas asomó parte de su cabeza dejando ver su boca y algo
de los ojos:
—Buenos
días Miguel, me alegra verte, no sabía que vendrías hoy a visitarme.
—Quería
verte, además, te traigo una gran noticia, estoy seguro que te encantará. —Respondió Miguel.
Con
expresión de intriga contesto el pez: — ¿Qué noticia?
—Descubrí
otro estanque limpio y cristalino al que te quiero llevar, es diferente, sin
maleza, sin barro y sin matorral. —le contestó Miguel.
—!
No ¡¿Para qué quiero Yo otro estanque?
—respondió un poco confundido el pez.
—Pero
si éste es el mío y aquí vivo bien. Aquí hay suficiente agua y muchas plantas
de las que me puedo alimentar, además... en este estanque viven también mis
padres y mis hermanos, aquí nací y aquí me voy a quedar. —con voz temblorosa
y un poco triste terminó de hablar el pez quien inmediatamente escondió su
cabeza como si se clavara hacia el fondo.
—No
me dejes hablando solo, recuerda que soy tu amigo y tan solo quiero lo mejor
para ti. —le dice Miguel.
—
¿No entiendo por qué razón prefieres quedarte en un fétido y sucio estanque? —le pregunta Miguel, quien además agrega: —estas
son aguas lluvias y filtración de desperdicios de otros estanques del lugar. Tú[T1] crees que es muy bueno porque es el único que
conoces, pero no es así, yo he visto el otro y estoy seguro que es mucho mejor. —de manera enfática le dijo Miguel.
—!
No deseo otro estanque¡—con tristeza y un poco de enojo le contestó el
pez.
Pero
Miguel insistía:
—Espera
un momento, te lo voy a describir: Es un estanque lindo y grande construido por
un granjero, quien solo desea que los peces que se llevan ahí tengan una buena
y mejor vida. Tres veces por día les da alimento concentrado lleno de vitaminas
y de exquisito sabor, ya no tendrías que preocuparte por buscar tu comida, esas
larvas insípidas, además, es limpio de agua casi cristalina, sin basuras y con
mejores orillas para que puedas saltar y sacar tu pequeña cabeza cuando me
quieras hablar.
—!
No¡ ¡No! Otro estanque no quiero. Deseo quedarme aquí, pues este es mi lugar. —dijo casi gritando el pez quien a su vez dio un
salto con el fin da salpicar a Miguel y dejarle saber que se estaba enfadando.
—!
Está bien, está bien ¡Tú te lo pierdes! Buscaré otro pez más sensato que tú, y
yo que me preocupaba por tu amistad.
—contestó Miguel quien hizo el ademan de levantarse para irse del lugar.
—!
No Miguel… espera ¡ ! No me dejes ¡ Recuerda que somos amigos de verdad. —respondió con voz entre cortada el pez, quien
continuó, —Además…. ¿qué tiene que ver el estanque con nuestra amistad?
—!
Mucho ¡—respondió Miguel. —Pues para
visitarte he cruzado la larga pradera exponiéndome a muchas dificultades, a una
espesa maleza, a la humedad del bosque y a los rayos fuertes del Sol. Si
viviera en el otro estanque podría visitarte con más frecuencia y así no
tendría que pasar tantos trabajos para poder verte y conversar contigo.
Hablando
lentamente y con voz baja como reflejo de la tristeza, le preguntó el pez a
Miguel: — ¿Y si sigo en este estanque… ya no vendrías más por acá?
—Yo
creo que ya no podría venir más. Quizá esta es la última vez que te vengo a ver.
—de manera enfática y casi a los gritos
contestó Miguel.
En
los ojos del pecesito se asomaron dos lágrimas, no pudo ocultar la tristeza que
le causó escuchar esa respuesta de Miguel, para él, su gran y mejor amigo.
Su
amistad llevaba ya muchos días. Todo comenzó en una ocasión que Miguel perdido
en la espesura del bosque rodó hacia el estanque quedando su pie atorado entre
los palos y el basural. Cuando eso sucedió, el pecesito viendo que el niño
trataba inútilmente de desatorar su pie, llamó a sus hermanos para cortar las
ramas que enredaron a Miguel. Ese día nació una gran amistad entre el pecesito
y Miguel.
—Me
sentiría muy triste si no vuelves a visitarme Miguel. —le dijo el pez.
—Tú
decides. —sin más palabras contestó
Miguel.
Con
voz angustiada vuelve y le responde el pez: —Pero para mí es una decisión
difícil, pues ¿qué sería de mis padres y de mis hermanos?
—No
te preocupes por ellos, no hay ningún problema.
—el niño le contestó al pez, y agregó: —Ya he pensado en eso. Te llevo al
otro estanque, y si te gusta, de lo que estoy seguro, vendré por ellos, y en
corto tiempo a todos los habré llevado a ese lugar.
—Llévanos
a todos de una vez. —interrumpió
el pez.
—!No¡
!No puedo¡ El granjero se disgustaría.
—respondió Miguel quien siguió hablando: —Tengo que llevarme de uno en uno,
primero a ti, luego a un hermano, luego a tus padres y así hasta llevármelos a
todos, pero decídete ligero que el camino es largo y llega la noche.
Se
notaba la duda del pez, quien empezó a nadar de lado, a producir sonidos como
si estuviera pensando algo y de repente dice: —Pero…
Miguel
no le deja hablar y le dice: — Pero… ¿qué? !Pero nada¡ Puedo notar que para
ti nuestra amistad no es importante,
pues yo solo quiero ayudarte para que vivas mejor y tu desconfías y lo piensas.
Subiendo
cada vez más la voz, continuó Miguel: —! Hasta pronto ¡ !O hasta nunca¡
Miguel
se levanta de la orilla y empieza a alejarse.
—!
No, Por favor Miguel, espera, voy contigo¡—gritó
el pez.
Miguel
se volvió al estanque y con una sonrisa de satisfacción se quedó mirando fijamente
al pez, quien aprovecho para preguntarle: —Pero ¿en verdad Miguel, ese
estanque es mucho mejor?
—Claro
que sí, confía en mí, es superior a este lodazal. Ya te lo dije, el agua es más
limpia y hay suficiente alimento, no hay estorbos para nadar y saltar, te
sentirás como llegando a un verdadero paraíso. Contesto
Miguel quien no podía ocultar la satisfacción que tenía.
Miguel
arrugando la cara para enfatizar su parecer sobre el estanque en que ahora
vivía el pez, le dice a su amigo: —Este estanque donde te encuentras es un
fiasco, hediondo e incómodo, debes hacerlo por ti y por tu familia, vivirán
mucho mejor.
Una
vez que Miguel termina su explicación el pececito salta de nuevo y esta vez
nada de espalda como liberándose de una carga emocional, y de manera complaciente
pregunta:
—
¿Cómo me llevaras hasta ese lugar?
—Muy
sencillo, he traído una bolsa plástica fuerte, la llenaré de agua del estanque
y tú te meterás en ella. Sin miedo, confía en mí, debes estar muy tranquilo.
Aunque el viaje es algo largo yo te cuidaré bien.
—le contestó Miguel.
—Está
bien. —respondió el pez, y así lo hicieron, Miguel puso la bolsa dentro del
estanque para llenarla de agua, mientras que el pez entraba lentamente en ella,
todo como si se tratara de un juego.
Iniciaron
su largo viaje dejando a lo lejos aquel estanque que al pececito vio nacer.
Pasaron
las horas recorriendo el camino, y después de algún buen rato el pececito
golpeaba la bolsa a la vez que le preguntaba a Miguel: —¿Falta mucho? Se me
acaba el oxígeno.
—Ya
casi llegamos. —le respondía Miguel.
La
tarde ya entraba en su fase final cuando se acercaron al nuevo estanque.
—Mira,
ya casi llegamos a tu nuevo hogar, debes de prepararte. Manifiesta
agitadamente Miguel.
—
¿Prepararme para qué? —preguntó
con extrañeza el pez.
Con
delicada prudencia, Miguel contesta: —Hay que tener ciertos cuidados para
evitar algunos posibles problemas.
—
¿Qué problemas? —Preguntó un
poco angustiado el pez.
—Primero
no debo vaciarte con éste agua de la bolsa, pues es tan sucia que se podría
contaminar al nuevo estanque, además debo lavarte bien para quitarte la
suciedad y posibles infecciones, los peces de aquí son muy sanos. Respondió Miguel.
—También
tenemos que asegurarnos de que los peces que viven aquí no te hagan ningún
daño, hay algunos grandes y de especie agresiva, además aquí no hay donde
ocultarse. —explicó Miguel.
Se
trataba de un gran estanque construido por el granjero con el propósito de cultivar
algunas especies que produjeran buena carne y que fueran rentables para venderlas
en el mercado del pueblo, unos peces devoradores que se alimentan de carnada viva,
de peces más pequeños, cosa que Miguel había ocultado a su amigo el pececito
del estanque escondido.
Mostrando
lo asustado que se encontraba el pececito le pregunta a Miguel: — ¿Y cómo
hacer para que se acostumbren a mí y no me hagan daño?
—Si
te suelto de inmediato los peces que aquí viven te consideraran un intruso y te
lastimarían, eso sería muy peligroso.
—responde Miguel y continúa: —Tengo un plan para que se acostumbren a tu
presencia hasta que te acepten.
El
pececito sentía que cada vez le hacía más falta el oxígeno, así que debía de
pensar en una alternativa y le dice a Miguel:
—Tengo una idea: Pones la bolsa dentro del
agua, y como es transparente ellos me verán a través de ella sin poder hacerme
daño, y así se acostumbrarán a mi presencia. La bolsa me protegerá.
—Tu
idea es buena pero no sirve de mucho. —dice
Miguel.
—Se
acostumbrarán a tu presencia, pero no interactúas con ellos porque si hablas no
te escucharan, y eso es como si nada, además necesitas ligero el oxígeno, por
lo tanto, debemos acudir a un plan más audaz que te permita respirar en el
nuevo estanque y que puedan verte y hablar con ellos sin correr peligro. —agrega Miguel.
—Si
te ven y conversan ellos desde el principio te consideraran su amigo. —termina diciendo Miguel.
—
¿Y si me atacan? —pregunta el
pez reflejando el miedo que empieza a sentir ante los intimidantes peces
grandes que alcanza a divisar desde afuera.
—No,
tranquilo, ya todo lo he pensado. —Miguel
responde calmadamente tratando de tranquilizarlo y continúa: —Todo tiene su
cuota de sacrificio, pues pasar de ese estanque feo a este lindo, puede
ocasionar algunas dificultades las cuales deben de superarse. Se trata de
algunas pequeñas incomodidades. Recuerda que nada es gratis ni sencillo.
Miguel
tomó paciencia para hacer su explicación: —Tengo preparada una amarra, y esa
se encuentra prendida a un pequeño garfio que aquí he traído (se trataba de
un anzuelo), Yo te ensarto en el garfio, y si los peces grandes te persiguen
con ganas de hacerte daño, te halaré evitando que te atrapen. No dejaré que
nada malo te pase, debes estar tranquilo. —termino Miguel.
—
¿Pero eso dolerá? —le replicó
un poco aterrorizado el pez.
—Solo
un poco, solo un poco, pero confía en mi. Te trataré suave. —respondió Miguel.
Miguel
se acerca cada vez más al estanque y desde arriba le deja ver con mayor
claridad el panorama al pececito a la vez que le pregunta: — ¿Ya lo puedes
ver? Es muy bonito y grande, ahora puedes confiar en mí, yo no te he engañado.
El
pececito miraba con cierto asombro y alegría ese nuevo estanque. Por su cabeza
pasaban mil buenos pensamientos: «De verdad es maravilloso y muy grande, el
agua casi cristalina y limpia la hace muy provocativa». Pasaron recuerdos
de lindos momentos de su vida embriagándose de felicidad. Ni comparación con su
estanque anterior. La belleza y majestuosidad de este le hizo poner nostálgico.
Deseaba que aquí estuvieran sus padres y hermanos.
—!
Si, Si¡ !Me gusta mucho este estanque¡ Gritaba
el pez.
—Está
bien, ya es la hora, además ya casi se te acaba el oxígeno de la bolsa. Es la
hora de cambiarte. —dice Miguel
al pez, y continúa: —Deja que te agarre con mi mano, recuerda que el agua de
la bolsa, no la podemos vaciar en el nuevo estanque.
—Está
bien Miguel, puedes agarrarme. —dice
el pez.
Miguel
atrapó fuertemente al pecesito y lo atravesó con su anzuelo.
—!
Eso duele Miguel ¡—dijo el pez.
—Solo
un poco, y es porque estás cansado. —responde
Miguel, y continúa: —Espera que te lance al agua limpia, se te desaparecerá
mágicamente el dolor, pues es como agua bendita.
Y
sin dudarlo lo lanzó al agua.
Una
vez que el pecesito entro en el agua, Miguel empezó a llamar de forma
insistente a otro pez, se trataba de otro amigo suyo, uno de los peces que
cultivaba el granjero, y con quien también había estrechado una amistad. Su
otro amigo era un pez grande y muy carnoso.
El
gran pez asomó su cabeza a la vez que saludaba a Miguel: —Hola Miguel ¿qué
te trae por aquí? —preguntó.
—!
Nuestra amistad amigo mío, nuestra amistad ¡—responde
Miguel a la vez que inicia una charla con su amigo: —Recuerda que en días
pasados me comentabas que estabas aburrido de comer solamente concentrado todo
el día. Me decías que deseabas saborear un rico pez. ¿Lo recuerdas?
—
¡Claro que sí! ¿Por qué me dices eso?
—preguntó el gran pez.
—Pues
te he traído un delicioso bocado, es un pez ordinario alimentado con plantas
naturales, el cual debe tener un exquisito sabor.
—le contesta Miguel y continúa:
—Lo
he traído desde lejos y está atrapado para ti en esta cuerda, pues se puede
escapar, es un pecesito ágil y astuto.
—Miguel!
Estoy emocionado ¡Tus detalles confirman nuestra amistad! —contesta muy entusiasmado este amigo.
—No
te demores más y no hablemos mucho, pues se te puede escapar. Ve y agárralo que
es tuyo, recuerda que es muy sigiloso y tratará de escapar. —le dice Miguel.
—
¿Y dónde está? —preguntó nuevamente el gran
pez.
—Está
atrapado debajo de este flotador, ve y atrápalo, pero atrápalo con fuerza y
cuando lo agarres hala bien duro para yo darme cuenta, y así soltaré el amarre
para que lo puedas devorar. —contesta
Miguel.
El
gran pez emocionado y sin dar más espera, se sumergió en busca del exquisito
bocado que Miguel, su gran amigo había traído para él.
Miguel
sintió el tirón, la flota se hundía y salía, Miguel estaba seguro que con su
carnada ya había atrapado al gran pez, por lo que inicio la recogida del nylon esperando
que hubiera quedado atrapado al gran pez.
Una
vez que recoge la línea grita de felicidad, pues tenía consigo una pieza que
superaba las seis libras, la que llevó hasta la orilla donde le remató.
Miguel
corrió con su gran pieza rumbo a la aldea, la tarde ya casi moría y debía de
llegar antes de que el reloj de la iglesia marcara las seis, hora límite para
presentarse en la plaza central y mostrar el resultado de su pesca.
En
la aldea se celebraba una antigua costumbre la cual consistía en que los
jóvenes a cierta edad debían de salir al campo a conseguir una gran pieza de agua
dulce, pues esta era para ellos la forma de confirmar su mayoría de edad.
Miguel
había cumplido, llegó antes de las seis y fue aplaudido por la gente que le
esperaba en la plaza, ya era considerado un adulto, se le dio el titulo de
persona responsable, trabajadora y con iniciativa, pues había demostrado que
era una persona hábil que podía valerse por sí mismo.
Esta
fiesta se celebra hace años en la aldea, la gente no recuerda de donde viene la
tradición, los viejos se llevaron con ellos a la tumba el secreto de un rito el
cual obliga en cada año los jóvenes de la aldea ha salir a conseguir un pez.
Autor: Tito González S.
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