EL HOMBRE QUE HABLABA CON LAS FLORES


Un hombre dedicaba su vida al cultivo de las flores; le daba uso a diferentes y múltiples tipos de macetas, con el fin de obtener la mayor variedad y cantidad de ellas, las que trataba con ternura y mucha coquetería.


Entre todas sus macetas había una flor que con regular frecuencia cambiaba de apariencia, se volví algo fea, dicho de otra manera, perdía su atractivo, por lo que el hombre la apartaba con toda delicadeza a un lugar especial en el que acomodaba las macetas que contenían flores que requerían cuidados especiales, hasta que con el tiempo se recuperaban y florecieran nuevamente.

Era una especie de hospital de las flores donde se les suministraba abonos, vitaminas y una serie de preparados especiales para florescencia, el que se producía con insumos totalmente naturales, esperando que sus plantas fueran fuertes y bellas como él esperaba.

Notando que esta flor no mejoraba y su aspecto desalentador era muy recurrente, en cierta ocasión el hombre le preguntó:

— ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué estás tan escuálida, marchita y seca como si fuera tu último día? Mira todo lo que hago por ti, y no mejoras.  ¿Qué te pasa?

La flor le respondió: —Estoy aburrida, me quiero morir.

Sorprendido el jardinero por que la flor le contestaba, pero dado su amor por las flores, sin mayor preocupación, inicio una conversación con ella:

— ¿Qué estás diciendo?, —le preguntó el jardinero, y continuó: —Si tú eres una flor muy bella!

—¿Por qué me dice lo que sabe que es mentira? Yo soy una flor insignificante y fea. —respondió la flor, y continuó:

—Cuando estoy florida y me colocas entre las otras, siempre llega la gente y admiran la Catleya, las rosas, los gladiolos, las orquídeas y a las azucenas, pero nadie dice nada de mí. Eso me pone triste, me doy cuenta que soy una flor insignificante y que nunca podré ser tan bella como ellas.


El jardinero tomó la maceta en sus manos, y de manera delicada le contestó:

—Eres una linda flor, no menos que las otras, lo que sucede es que cada una es especial y singular, pero todos los que vienen te admiran, pues de no ser así, cuando estas escuálida y fea, nadie lo notaría. —le explicó el hombre.

El día que tú misma te des cuenta de lo linda que eres, así no seas tan llamativa como las otras, a partir de ese momento mantendrás tu belleza. Tu eres parte de mi jardín y deseo tenerte, pero solo depende de ti mantener tu puesto entre las otras, de lo contrario pasarás más tiempo apartada tomando nutrientes y vitaminas, que finalmente no te servirán de nada. —le dijo el hombre y continuó:

De nada sirve el abono que te pongo, ni tampoco que te cambie la tierra si tú misma no te admiras, o si te comparas con las otras, pues cada cual es una obra especial e irrepetible. Tú, eres linda y bella, y te mantendrás siempre florecida, solo cuando dejes de esperar que te alaben, y te des la importancia que tú misma te mereces.

—No te compares con las otras, porque todas son diferentes, hay bellezas estrambóticas, despampanantes, así como sutiles y delicadas.

La flor recapacitó, y desde ese día aprovechó los nutrientes, y nunca más dejaron de salirle nuevas flores, así que, por el resto del tiempo, se ha mantenido junto al umbral de la casa, decorado con las mejores y lindas flores que posee este buen hombre.

Desde ahí, todos los que pasan admiran esa maceta con esa flor singular y tan pequeña que tiene un encanto especial muy diferente a todas.

Autor: Tito González S.

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